momia era riquísima en esta clase de datos; sus paredes aparecían íntegramente cubiertas de
frescos y bajorrelieves, mientras que las estatuas, vasos y mosaicos de finísimo diseño
indicaban la fortuna del difunto.
El tesoro había sido depositado en el museo en la misma condición en que lo
encontrara el capitán Sabretash, vale decir que nadie había tocado el ataúd. Durante ocho
años había quedado allí sometido tan sólo a las miradas exteriores del público. Teníamos
ahora, pues, la momia intacta a nuestra disposición; y aquellos que saben cuan raramente
llegan a nuestras playas antigüedades no robadas, comprenderán que no nos faltaban
razones para congratularnos de nuestra buena fortuna.
Acercándome a la mesa, vi una gran caja de casi siete pies de largo, unos tres de ancho
y dos y medio de profundidad. Era oblonga, pero no en forma de ataúd. Supusimos al
comienzo que había sido construida con madera (platanus), pero al cortar un trozo vimos
que se trataba de cartón o, mejor dicho, de papier mâché compuesto de papiro. Aparecía
densamente ornada de pinturas que representaban escenas funerarias y otros temas de
duelo; entre ellos, y ocupando todas las posiciones, veíanse grupos de caracteres
jeroglíficos que sin duda contenían el nombre del difunto. Por fortuna, Mr. Gliddon era de
la partida, y no tuvo dificultad en traducir los signos —simplemente fonéticos— y decirnos
que componían la palabra Allamistakeo74.
Nos costó algún trabajo abrir la caja sin estropearla, pero luego de hacerlo dimos con
una segunda, en forma de ataúd, mucho menor que la primera, aunque en todo sentido
parecida. El hueco entre las dos había sido rellenado con resina, por lo cual los colores de la
caja interna estaban algo borrados.
Al abrirla —cosa que no nos dio ningún trabajo— llegamos a una tercera caja, también
en forma de ataúd, idéntica a la segunda, salvo que era de cedro y emitía aún el peculiar
aroma de esa madera. No había intervalo entre la segunda y la tercera caja, que estaban
sumamente ajustadas.
Abierta esta última, hallamos y extrajimos el cuerpo. Habíamos supuesto que, como de
costumbre, estaría envuelto en vendas o fajas de lino; pero, en su lugar, hallamos una
especie de estuche de papiro cubierto de una capa de yeso toscamente dorada y pintada. Las
pinturas representaban temas correspondientes a los varios deberes del alma y su
presentación ante diferentes deidades, todo ello acompañado de numerosas figuras humanas
idénticas, que probablemente pretendían ser retratos de la persona difunta. Extendida de la
cabeza a los pies aparecía una inscripción en forma de columna, trazada en jeroglíficos
fonéticos, la cual repetía el nombre y títulos del muerto, y los nombres y títulos de sus
parientes.
En el cuello de la momia, que emergía de aquel estuche, había un collar de cuentas
cilíndricas de vidrio y de diversos colores, dispuestas de modo que formaban imágenes de
dioses, el escarabajo sagrado y el globo alado. La cintura estaba ceñida por un cinturón o
collar parecido.
Arrancando el papiro, descubrimos que la carne se hallaba perfectamente conservada y
que no despedía el menor olor. Era de coloración rojiza. La piel aparecía muy seca, lisa y
brillante. Dientes y cabello se hallaban en buen estado. Los ojos (según nos pareció) habían
sido extraídos y reemplazados por otros de vidrio, muy hermosos y de extraordinario
parecido a los naturales, salvo que miraban de una manera demasiado fija. Los dedos y las
uñas habían sido brillantemente dorados.
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All a mistake, un puro engaño. (N. del T.)