primera media hora no se emplearon ni la hélice ni el gobernalle. Transcribimos ahora el
diario de viaje, según lo recogió Mr. Forsyth de los manuscritos de los señores Monck
Mason y Ainsworth. El cuerpo principal del diario es de puño y letra de Mr. Mason, al cual
se agrega una posdata diaria de Mr. Ainsworth, quien tiene en preparación y dará pronto a
conocer una crónica tan detallada cuanto apasionante del viaje.»
El diario
«Sábado 6 de abril.-Luego que todos los preparativos que podían resultar molestos
quedaron terminados durante la noche, empezamos la inflación al alba; una espesa niebla
que envolvía los pliegues de la seda y no nos permitía disponerla debidamente atrasó esta
tarea hasta las once de la mañana. Desamarramos entonces llenos de optimismo y subimos
suave pero continuamente, con un ligero viento del norte que nos llevó hacia el Canal de la
Mancha. Notamos que la fuerza ascensional era mayor de lo que esperábamos; una vez que
hubimos remontado sobrepasando la zona de los acantilados, los rayos solares influyeron
para que nuestro ascenso se hiciera aún más rápido. No quise, sin embargo, perder gas en
esta temprana etapa de nuestra aventura, y decidimos seguir subiendo. No tardamos en
recoger nuestra cuerda-guía, pero, aun después que hubo dejado de tocar tierra, seguimos
subiendo con notable rapidez. El globo se mostraba insólitamente estable y su aspecto era
magnífico. Diez minutos después de salir, el barómetro indicaba 15.000 pies de altitud.
Teníamos un tiempo excelente, y el panorama de las regiones circundantes, uno de los más
románticos visto desde cualquier lado, era ahora particularmente sublime. Las numerosas y
profundas hondonadas daban la impresión de lagos, a causa de los densos vapores que las
llenaban, y los montes y picos del sudeste, amontonados en inextricable confusión, sólo
admitían ser comparados con las gigantescas ciudades de las fábulas orientales.
»Nos acercábamos rápidamente a las montañas meridionales, pero estábamos lo
bastante elevados como para franquearlas sin riesgo. Pocos minutos después las
sobrevolamos magníficamente; tanto Mr. Ainsworth como los dos marinos se
sorprendieron de su aparente pequeñez vistas desde la barquilla, ya que la gran altitud de un
globo tiende a reducir las desigualdades de la superficie de la tierra hasta dar la impresión
de una continua llanura. A las once y media, derivando siempre hacia el sur, tuvimos
nuestra primera visión del Canal de Bristol; quince minutos más tarde, los rompientes de la
costa se hallaban debajo de nosotros, e iniciábamos el vuelo sobre el mar. Resolvimos
entonces soltar suficiente gas como para que nuestra cuerda-guía, con las boyas atadas al
extremo, tomara contacto con el agua. Hízose así de inmediato e iniciamos un descenso
gradual. Veinte minutos más tarde nuestra primera boya tocó el agua y, cuando la segunda
estableció a su vez contacto, quedamos a una altura estacionaria. Todos estábamos ansiosos
por probar la eficacia del gobernalle y de la hélice, y los hicimos funcionar inmediatamente
a fin de acentuar el rumbo hacia el este, en dirección a París. Gracias al timón, no tardamos
en desviarnos en ese sentido, manteniendo el rumbo casi en ángulo recto con el del viento;
luego hicimos funcionar el resorte de la hélice y nos regocijamos muchísimo al comprobar
que nos impulsaba exactamente como queríamos. En vista de ello lanzamos nueve hurras
de todo corazón y arrojamos al mar una botella conteniendo un pergamino donde se
describía brevemente el principio de la invención.
»Apenas habíamos terminado de expresar nuestro contento, cuando un accidente
inesperado nos descorazonó muchísimo. El vástago de acero que conectaba el resorte con la