NOTA.- Estrictamente hablando, poca similitud existe entre la bagatela que antecede y
la celebrada Historia de la Luna, de Mr. Locke; pero, como ambas consisten en
supercherías (aunque una lo es en broma y la otra seriamente), y ambas burlas se refieren a
la luna (tratando de parecer plausibles mediante detalles científicos), el autor de Hans
Pfaall cree conveniente decir, en su defensa, que su jeu d’esprit se publicó en el Southern
Literary Messenger tres semanas antes del de Mr. Locke en el New York Sun. Imaginando
un parecido que quizá no existe, algunos periódicos de Nueva York cotejaron Hans Pfaall
con la Historia de la Luna, a fin de verificar si el autor de un texto lo era también del otro.
Puesto que la Historia de la Luna engañó a muchas más personas de las que
voluntariamente lo admitirían, puede resultar entretenido mostrar cómo nadie debió aceptar
el engaño, señalando esos detalles del relato que hubieran bastado para establecer su
verdadero carácter. Por muy rica que fuera la imaginación desplegada en esta ingeniosa
ficción, le falta la fuerza que le hubiera dado una atención más escrupulosa a los hechos y a
las analogías generales. Que el público se haya dejado engañar, aunque sólo fuera por un
momento, sólo prueba la crasa ignorancia que existe en materia de temas astronómicos.
La distancia de la tierra a la luna es, en cifras redondas, de 240.000 millas. Si queremos
asegurarnos de cuánto podrá un telescopio acercar aparentemente el satélite o cualquier otro
objeto, bastará dividir la distancia por el poder magnificador o, más exactamente, el poder
de penetración en el espacio de las lentes. Mr. Locke imagina que el poder de sus lentes es
de 42.000. Si dividimos por esta cifra las 240.000 millas de la distancia a la luna, tenemos
cinco millas y cinco séptimos como distancia aparente. Pero a esta distancia sería imposible
ver a ningún animal, y mucho menos los mínimos detalles señalados en el relato. Mr. Locke
afirma que sir John Herschel llegó a ver flores (la Papaver rheas, etc.), y que distinguió el
color y la forma de los ojos de los pajarillos. Pero antes, empero, él mismo hace notar que
el telescopio no permitirá apreciar objetos cuyo diámetro fuera menor de dieciocho
pulgadas; pero aun esto excede las posibilidades de su supuesta lente. Observaremos de
paso que dicho prodigioso telescopio habría sido fundido en la cristalería de los señores
Hartley y Grant, en Dumbarton; pero he aquí que dicho establecimiento había cerrado sus
puertas varios años antes de la publicación de la burla.
En la página 13 (edición en folleto), y hablando de un «fleco velludo» sobre los ojos de
una especie de bisonte, el autor dice: «La aguda mente del Dr. Herschel percibió
inmediatamente que se trataba de un medio providencial para proteger los ojos del animal
contra las enormes variaciones de luz y tinieblas que afectan periódicamente a todos los
habitantes de nuestro lado de la luna». Esta observación no puede considerarse como muy
«aguda». Los habitantes de nuestra cara de la luna no conocen la oscuridad, por lo cual
tampoco sufren las «variaciones» mencionadas. En ausencia del sol, gozan de una luz
procedente de la tierra equivalente a la de trece lunas llenas
La topografía utilizada en el relato, si bien se declara que concuerda con la Carta Lunar
de Blunt, difiere por completo de ésta y de las cartas restantes, e incluso se contradice a
veces groseramente. La rosa de los vientos aparece también en inextricable confusión, pues
el autor parece ignorar que en un mapa lunar aquélla no concuerda con los cuadrantes
terrestres; vale decir, que el este se halla a la izquierda, etc.
Engañado quizá por nombres tan vagos como Mare Nubium, Mare Tranquillitatis,
Mare Fœcunditatis, etc., dados por los astrónomos a las regiones en sombra, Mr. Locke ha
entrado en detalles acerca de océanos y grandes masas de agua en la luna, siendo que si hay