»14 de abril.- Rapidísimo decrecimiento del diámetro de la tierra. Hoy me sentí
fuertemente impresionado por la idea de que el globo recorrería la línea de los ápsides hacia
el punto del perineo; en otras palabras, que seguía la ruta directa que lo llevaría
inmediatamente a la luna en aquella parte de su órbita más cercana a la tierra. La luna
misma se hallaba inmediatamente sobre mí y, por lo tanto, oculta a mis ojos. Tuve que
trabajar dura y continuamente para condensar la atmósfera.
»15 de abril.- Ni siquiera los perfiles de los continentes y los mares podían trazarse ya
con claridad en la superficie de la tierra. Hacia las doce escuché por tercera vez el
horroroso sonido que tanto me había asombrado. Pero ahora continuaba cada vez con más
intensidad. Por fin, mientras estupefacto y aterrado aguardaba de segundo en segundo no sé
qué espantoso aniquilamiento, la barquilla vibró violentamente y una masa gigantesca e
inflamada de un material que no pude distinguir pasó con un fragor de cien mil truenos a
poca distancia del globo.
»Cuando mi temor y mi estupefacción se hubieron disipado un tanto, poco me costó
imaginar que se trataba de algún enorme fragmento volcánico proyectado desde aquel
mundo al cual me acercaba rápidamente; con toda probabilidad era una de esas extrañas
masas que suelen recogerse en la tierra y que a falta de mejor explicación se denominan
meteoritos.
»16 de abril.- Mirando hacia arriba lo mejor posible, es decir, por todas las ventanillas
alternativamente, contemplé con grandísima alegría una pequeña parte del disco de la luna
que sobresal