Esta consideración sirvió para calmar la perturbación de mis facultades y logré finalmente
enfrentar el fenómeno desde un punto de vista racional. Comprendí que el asombro me
había privado en gran medida de mis sentidos, pues no había sido capaz de apreciar la
enorme diferencia entre aquella superficie situada por debajo de mí y la de la madre tierra.
Esta última se hallaba ahora sobre mi cabeza, completamente oculta por el globo, mientras
la luna —la luna en toda su gloria— se tendía debajo de mí y a mis pies.
»El estupor y la sorpresa que me había producido aquel extraordinario cambio de
situaciones fueron quizá lo menos explicable de mi aventura, pues el bouleversement en
cuestión no sólo era tan natural como inevitable, sino que lo había previsto mucho antes,
sabiendo que debería producirse cuando llegara al punto exacto del viaje donde la atracción
del planeta fuera superada por la atracción del satélite —o, más precisamente, cuando la
gravitación del globo hacia la tierra fuese menos poderosa que su gravitación hacia la
luna—. Ocurrió, sin duda, que desperté de un profundo sueño con todos los sentidos
embotados, viéndome frente a un fenómeno que, si bien previsto, no lo estaba en ese
momento mismo. En cuanto a mi cambio de posición, debió producirse de manera tan
gradual como serena; de haber estado despierto en el momento en que tuvo lugar, es dudoso
que me hubiera dado cuenta por alguna señal interna, vale decir por alguna irregularidad o
trastorno de mi persona o de mis instrumentos.
«Resulta casi inútil decir que, apenas hube comprendido la verdad y superado el terror
que había absorbido todas las facultades de mi espíritu, concentré por completo mi atención
en la apariencia física de la luna. Se extendía por debajo de mí como un mapa y, aunque
comprendí que se hallaba aún a considerable distancia, los detalles de su superficie se me
ofrecían con una claridad tan asombrosa como inexplicable. La ausencia total de océanos o
mares e incluso de lagos y ríos me pareció a primera vista el rasgo más extraordinario de
sus características geológicas. Y, sin embargo, por raro que parezca, advertí vastas regiones
llanas de carácter decididamente aluvial, si bien la mayor parte del hemisferio se hallaba
cubierto de innumerables montañas volcánicas de forma cónica que daban una impresión de
protuberancias artificiales antes que naturales. La más alta no pasaba de tres millas y tres
cuartos, pero un mapa de los distritos volcánicos de los Campos Flegreos proporcionaría a
vuestras Excelencias una idea más clara de aquella superficie general que cualquier
descripción insuficiente intentada aquí. La mayoría de aquellos volcanes estaban en
erupción y me dieron a entender terriblemente su furia y su potencia con los repetidos
truenos de los mal llamados meteoritos, que subían en línea recta hasta el globo con una
frecuencia más y más aterradora.
»18 de abril.- Comprobé hoy un enorme aumento de la masa lunar, y la velocidad
evidentemente acelerada de mi descenso comenzó a llenarme de alarma. Se recordará que
en las primeras etapas de mis especulaciones sobre la posibilidad de llegar a la luna, había
contado en mis cálculos con la existencia de una atmósfera alrededor de ésta, cuya densidad
fuera proporcionada a la masa del planeta; todo ello a pesar de las numerosas teorías
contrarias, y cabe agregar, de la incredulidad general sobre la existencia de una atmósfera
lunar. Pero además de lo que ya he indicado a propósito del cometa de Encke y la luz
zodiacal, mi opinión se había visto vigorizada por ciertas observaciones de Mr. Schroeter,
de Lil Y[