al norte se divisaba cada vez con mayor claridad. El frío disminuyó sensiblemente. No
ocurrió nada de importancia y pasé el día leyendo, pues había tenido la precaución de
proveerme de libros.
»5 de abril.- Asistí al singular fenómeno de la salida del sol, mientras casi toda la
superficie visible de la tierra seguía envuelta en tinieblas. Pero luego la luz se extendió
sobre la superficie y otra vez distinguí la línea del hielo hacia el norte. Se veía muy
claramente y su coloración era mucho más oscura que la de las aguas oceánicas. No cabía
dudar de que me estaba aproximando a gran velocidad. Me pareció distinguir nuevamente
una línea de tierra hacia el este y también otra al oeste, pero sin seguridad. Tiempo
moderado. Nada importante sucedió durante el día. Me acosté temprano.
»6 de abril.- Tuve la sorpresa de descubrir el borde de hielo a una distancia bastante
moderada, mientras un inmenso campo helado se extendía hasta el horizonte. Era evidente
que si el globo mantenía su rumbo actual, no tardaría en situarse sobre el océano polar
ártico, y daba casi por descontado que podría distinguir el polo. Durante todo el día
continuamos aproximándonos a la zona del hielo. Al anochecer, los límites de mi horizonte
se ampliaron súbitamente, lo cual se debía, sin duda, a la forma esferoidal achatada de la
tierra, y a mi llegada a la parte más chata en las vecindades del círculo ártico. Cuando la
oscuridad terminó de envolverme me acosté lleno de ansiedad, temeroso de pasar por
encima de lo que tanto deseaba observar sin que fuera posible hacerlo.
»7 de abril.- Me levanté temprano y con gran alegría pude observar finalmente el Polo
Norte, pues no podía dudar de que lo era. Estaba allí, justamente debajo del aeróstato; pero,
¡ay!, la altitud alcanzada por éste era tan enorme que nada podía distinguirse en detalle. A
juzgar por la progresión de las cifras indicadoras de las distintas altitudes en los diferentes
períodos desde las seis a. m. del dos de abril hasta las nueve menos veinte a. m. del mismo
día (hora en la cual el barómetro llegó a su límite), podía inferirse que en este momento, a
las cuatro de la mañana del siete de abril, el globo había alcanzado una altitud no menor de
7.254 millas sobre el nivel del mar. Esta elevación puede parecer inmensa, pero el cálculo
sobre el cual la había basado era probablemente muy inferior a la verdad. Sea como fuere,
en ese instante me era dado contemplar la totalidad del diámetro mayor de la tierra; todo el
hemisferio norte se extendía por debajo de mí como una carta en proyección ortográfica, el
gran círculo del ecuador constituía el límite de mi horizonte. Empero, Vuestras Excelencias
pueden fácilmente imaginar que las regiones hasta hoy inexploradas que se extienden más
allá del círculo polar ártico, si bien se hallaban situadas debajo del globo y, por tanto, sin la
menor deformación, eran demasiado pequeñas relativamente y estaban a una distancia
demasiado enorme del punto de vista como para que mi examen alcanzara una gran
precisión.
»Lo que pude ver, empero, fue tan singular como excitante. Al norte del enorme borde
de hielos ya mencionado, y que de manera general puede ser calificado como el límite de
los descubrimientos humanos en esas regiones, continúa extendiéndose una capa de hielo
ininterrumpida (o poco menos). En su primera parte, la superficie es muy llana, hasta
terminar en una planicie total y, finalmente, en una concavidad que llega hasta el mismo
polo, formando un centro circular claramente definido, cuyo diámetro aparente subtendía
con respecto al globo un ángulo de unos sesenta y cinco segundos, y cuya coloración
sombría, de intensidad variable, era más oscura que cualquier otro punto del hemisferio
visible, llegando en partes a la negrura más absoluta. Fu