desprendió instantáneamente del botón donde estaba tomado. Si la cesta se hubiera
desvanecido en el aire, no habría dejado de verla con mayor rapidez. No creo que haya
pasado más de un décimo de segundo entre el instante en que se soltó y su desaparición.
Mis buenos deseos la siguieron hasta tierra, pero, naturalmente, no tenía la menor esperanza
de que la gata o sus hijos vivieran para contar lo que les había ocurrido.
»A las seis, noté que una gran porción del sector visible de la tierra se hallaba envuelta
en espesa oscuridad, que siguió avanzando con gran rapidez hasta que, a las siete menos
cinco, toda la superficie a la vista quedó cubierta por las tinieblas de la noche. Pero pasó
mucho tiempo hasta que los rayos del sol poniente dejaron de iluminar el globo, y esta
circunstancia, aunque claramente prevista, no dejó de producirme gran placer. Era evidente
que por la mañana contemplaría el astro rey muchas horas antes que los ciudadanos de
Rotterdam, a pesar de que se hallaban situados mucho más al este y que así, día tras día, en
proporción a la altura alcanzada, gozaría más y más tiempo de la luz solar. Me decidí por
entonces a llevar un diario de viaje, registrando la crónica diaria de veinticuatro horas
continuas, es decir, sin tomar en consideración el intervalo de oscuridad.
»A las diez, sintiendo sueño, resolví acostarme por el resto de la noche; pero entonces
se me presentó una dificultad que, por más obvia que parezca, había escapado a mi atención
hasta el momento de que hablo. Si me ponía a dormir, como pensaba, ¿cómo regenerar
entretanto la atmósfera de la cámara? Imposible respirar en ella por más de una hora, y,
aunque este término pudiera extenderse a una hora y cuarto, se seguirían las más
desastrosas consecuencias. La consideración de este dilema me preocupó seriamente, y
apenas se me creerá si digo que, después de todos los peligros que había enfrentado, el
asunto me pareció tan grave como para renunciar a toda esperanza de llevar a buen fin mi
designio y decidirme a iniciar el descenso.
»Mi vacilación, empero, fue sólo momentánea. Reflexioné que el hombre es esclavo de
la costumbre y que en la rutina de su existencia hay muchas cosas que se consideran
esenciales, y que lo son tan sólo porque se han convertido en hábitos. Cierto que no podía
pasarme sin dormir; pero fácilmente me acostumbraría, sin inconveniente alguno, a
despertar de hora en hora en el curso de mi descanso. Sólo se requerirían cinco minutos
como máximo para renovar por completo la atmósfera de la cámara, y la única dificultad
consistía en hallar un método que me permitiera despertar cada vez en el momento
requerido.
»Confieso que esta cuestión me resultó sumamente difícil. Conocía, por supuesto, la
historia del estudiante que, para evitar quedarse dormido sobre el libro, tenía en la mano
una bola de cobre, cuya caída en un recipiente del mismo metal colocado en el suelo
provocaba un estrépito suficiente para despertarlo si se dejaba vencer por la modorra. Pero
mi caso era muy distinto y no me permitía acudir a ningún expediente parecido; no se
trataba de mantenerme despierto, sino de despertar a intervalos regulares. Al final di con un
medio que, por simple que fuera, me pareció en aquel momento de tanta importancia como
la invención del telescopio, la máquina de vapor o la imprenta.
»Necesario es señalar en primer término que, a la altura alcanzada, el globo continuaba
su ascensión vertical de la manera más serena, y que la barquilla lo acompañaba con una
estabilidad tan perfecta que hubiera resultado imposible registrar en ella la más leve
oscilación. Esta circunstancia me favoreció grandemente para la ejecución de mi proyecto.
La provisión de agua se hallaba contenida en cuñetes de cinco galones cada uno, atados
firmemente en el interior de la barquilla. Solté uno de ellos y, tomando dos sogas, las até a
través del borde de mimbre de la barquilla, paralelamente y a un pie de distancia entre sí,