de forma ligeramente oblonga, que tendría el tamaño de una pieza de dominó, y que en todo
sentido se le parecía mucho. Asesté hacia él mi telescopio y no tardé en ver claramente que
se trataba de un navío de guerra británico de noventa y cuatro cañones que orzaba con
rumbo al oeste—sudoeste, cabeceando duramente. Fuera de este barco sólo se veía el
océano, el cielo y el sol que acababa de levantarse.
»Ya es tiempo de que explique a Vuestras Excelencias el objeto de mi viaje. Vuestras
Excelencias recordarán que ciertas penosas circunstancias en Rotterdam me habían
arrastrado finalmente a la decisión de suicidarme. La vida no me disgustaba por sí misma
sino a causa de las insoportables angustias derivadas de mi situación. En esta disposición de
ánimo, deseoso de vivir y a la vez cansado de la vida, el tratado adquirido en la librería,
junto con el oportuno descubrimiento de mi primo de Nantes, abrieron una ventana a mi
imaginación. Finalmente me decidí. Resolví partir, pero seguir viviendo; abandonar este
mundo, pero continuar existiendo... En suma, para dejar de lado los enigmas: resolví,
pasara lo que pasara, abrirme camino hasta la luna. Y para que no se me sup