protector me habían inspirado.
»A lo largo de este período me esforcé todo lo posible con conciliarme la benevolencia
de los tres acreedores que tantos disgustos me habían dado. Lo conseguí finalmente, en
parte con la venta de mis muebles, que sirvió para cubrir la mitad de mi deuda, y, en parte,
con la promesa de pagar el saldo apenas se realizara un proyecto que, según les dije, tenía
en vista, y para el cual solicitaba su ayuda. Como se trataba de hombres ignorantes, no me
costó mucho conseguir que se unieran a mis propósitos.
»Así dispuesto todo, logré, con ayuda de mi mujer y actuando con el mayor secreto y
precaución, vender todos los bienes que me quedaban, y pedir prestadas pequeñas sumas,
con diversos pretextos y sin preocuparme (lo confieso avergonzado) por la forma en que las
devolvería; pude reunir así una cantidad bastante considerable de dinero en efectivo.
Comencé entonces a comprar, de tiempo en tiempo, piezas de una excelente batista, de
doce yardas cada una, hilo de bramante, barniz de caucho, un canasto de mimbre grande y
profundo, hecho a medida, y varios otros artículos requeridos para la construcción y
aparejamiento de un globo de extraordinarias dimensiones. Di instrucciones a mi mujer
para que lo confeccionara lo antes posible, explicándole la forma en que debía proceder.
Entretanto tejí el bramante hasta formar una red de dimensiones suficientes, le agregué un
aro y el cordaje necesario, y adquirí numerosos instrumentos y materiales para hacer
experimentos en las regiones más altas de la atmósfera. Me las arreglé luego para llevar de
noche, a un lugar distante al este de Rotterdam, cinco cascos forrados de hierro, con
capacidad para unos cincuenta galones cada uno, y otro aún más grande, seis tubos de
estaño de tres pulgadas de diámetro y diez pies de largo, de forma especial; una cantidad de
cierta sustancia metálica, o semimetálica, que no nombraré, y una docena de damajuanas
de un ácido sumamente común. El gas producido por estas sustancias no ha sido logrado
por nadie más que yo, o, por lo menos, no ha sido nunca aplicado a propósitos similares.
Sólo puedo decir aquí que es uno de los constituyentes del ázoe, tanto tiempo considerado
como irreductible, y que tiene una densidad 37,4 veces menor que la del hidrógeno. Es
insípido, pero no inodoro; en estado puro arde con una llama verdosa, y su efecto es
instantáneamente letal para la vida animal. No tendría inconvenientes en revelar este
secreto si no fuera que pertenece (como ya he insinuado) a un habitante de Nantes, en
Francia, que me lo comunicó reservadamente. La misma persona, por completo ajena a mis
intenciones, me dio a conocer un método para fabricar globos mediante la membrana de
cierto animal, que no deja pasar la menor partícula del gas encerrado en ella. Descubrí, sin
embargo, que dicho tejido resultaría sumamente caro, y llegué a creer que la batista, con
una capa de barniz de caucho, serviría tan bien como aquél. Menciono esta circunstancia
porque me parece probable que la persona en cuestión intente un vuelo en un globo
equipado con el nuevo gas y el aludido material, y no quiero privarlo del honor de su muy
singular invención.
»Me ocupé secretamente de cavar agujeros en las partes donde pensaba colocar cada
uno de los cascos más pequeños durante la inflación del globo; los agujeros constituían un
círculo de veinticinco pies de diámetro. En el centro, lugar destinado al casco más grande,
cavé asimismo otro pozo. En cada uno de los agujeros menores deposité un bote que
contenía cincuenta libras de pólvora de cañón, y en el más grande un barril de ciento
cincuenta libras. Conecté debidamente los botes y el barril con ayuda de contactos, y, luego
de colocar en uno de los botes el extremo de una mecha de unos cuatro pies de largo,
rellené el agujero y puse el casco encima, cuidando que el otro extremo de la mecha
sobresaliera apenas una pulgada del suelo y resultara casi invisible detrás del casco. Rellené