meses para fines políticos, hasta un punto sumamente peligroso. La persona robada está
cada vez más convencida de la necesidad de recobrar su carta. Pero, claro está, una cosa así
no puede hacerse abiertamente. Por fin, arrastrada por la desesperación, dicha persona me
ha encargado de la tarea.
—Para la cual —dijo Dupin, envuelto en un perfecto torbellino de humo— no podía
haberse deseado, o siquiera imaginado, agente más sagaz.
—Me halaga usted —repuso el prefecto—, pero no es imposible que, en efecto, se
tenga de mi tal opinión.
—Como hace usted notar —dije—, es evidente que la carta sigue en posesión del
ministro, pues lo que le confiere su poder es dicha posesión y no su empleo. Apenas
empleada la carta, el poder cesaría.
Muy cierto —convino G...—. Mis pesquisas se basan en esa convicción. Lo primero
que hice fue registrar cuidadosamente la mansión del ministro, aunque la mayor dificultad
residía en evitar que llegara a enterarse. Se me ha prevenido que, por sobre todo, debo
impedir que sospeche nuestras intenciones, lo cual sería muy peligroso.
—Pero usted tiene todas las facilidades para ese tipo de investigaciones —dije—. No es
la primera vez que la policía parisiense las practica.
—¡Oh, naturalmente! Por eso no me preocupé demasiado. Las costumbres del ministro
me daban, además, una gran ventaja. Con frecuencia pasa la noche fuera de su casa. Los
sirvientes no son muchos y duermen alejados de los aposentos de su amo; como casi todos
son napolitanos, es muy fácil inducirlos a beber copiosamente. Bien saben ustedes que
poseo llaves con las cuales puedo abrir cualquier habitación de París. Durante estos tres
meses no ha pasado una noche s