anochecer, volviendo a cruzar el río como si tuvieran mucha prisa.”
»Ahora bien, esta “gran prisa” debió probablemente parecer más grande a ojos de
madame Deluc, quien reflexionaba triste y nostálgicamente sobre sus pasteles y su cerveza
profanados, y por los cuales debió abrigar aún alguna esperanza de compensación. ¿Por
qué, si no, se refirió a la prisa, desde el momento que ya era “el anochecer”? No hay
ninguna razón para asombrarse de que una banda de pillos se apresure a volver a casa
cuando queda por cruzar en bote un ancho río, cuando amenaza tormenta y se acerca la
noche. «Digo que se acerca, pues la noche aún no había caído. Era tan sólo “al anochecer”
cuando la prisa indecente de aquellos “bandidos” ofendió los modestos ojos de madame
Deluc. Pero estamos enterados de que esa misma noche, tanto madame Deluc como su hijo
mayor, “oyeron los gritos de una mujer en la vecindad de la posada”. ¿Y qué palabras
emplea madame Deluc para señalar el momento de la noche en que se oyeron esos gritos?
“Poco después de oscurecer”, afirma. Pero “poco después de oscurecer” significa que ya ha
oscurecido. Vale decir, resulta perfectamente claro que la pandilla abandonó la Barrière du
Roule antes de que se produjeran los gritos escuchados (?) por madame Deluc. Y aunque en
las muchas transcripciones del testimonio las expresiones en cuestión son clara e
invariablemente empleadas como acabo de hacerlo en mi conversación con usted, hasta
ahora ninguno de los diarios parisienses, ni ninguno de los funcionarios policiales ha
señalado tan gruesa discrepancia.
»Sólo añadiré un argumento contra la noción de una banda, pero el mismo tiene, en mi
opinión, un peso irresistible. Dada la enorme recompensa ofrecida y el pleno perdón que se
concede por toda declaración probatoria, no cabe imaginar un solo instante que algún
miembro de una pandilla de miserables criminales —o de cualquier pandilla— no haya
traicionado hace rato a sus cómplices. En una pandilla colocada en esa situación, cada uno
de sus miembros no está tan ansioso de recompensa o de impunidad, como temeroso de ser
traicionado. Se apresura a delatar lo antes posible, a fin de no ser delatado a su turno. Y
que el secreto no haya sido divulgado es la mejor prueba de que realmente se trata de un
secreto. Los horrores de esa terrible acción sólo son conocidos por Dios y por una o dos
personas.
»Resumamos los magros pero evidentes frutos de nuestro análisis. Hemos llegado, ya
sea a la noción de un accidente fatal en la posada de madame Deluc, o de un asesinato
perpetrado en el soto de la Barrière du Roule por un amante o, en todo caso, por alguien
íntima y secretamente vinculado con la difunta. Esta persona es de tez morena. Dicha tez, la
ligadura en la tira que rodeaba el cuerpo, y el “nudo de marinero” con el cual apareció
atado el cordón de la cofia, apuntan a un marino. Su camaradería con la difunta, muchacha
alegre pero no depravada, lo designa como perteneciente a un grado superior al de simple
marinero. Las comunicaciones al diario, correctamente escritas, son en gran medida una
corroboración de lo anterior. La circunstancia de la primera fuga, conforme la menciona Le
Mercure, tiende a conectar la idea de este marino con la del “oficial de marina”, de quien se
sabe que fue el primero en inducir a la infortunada víctima a cometer una irregularidad.
»Y aquí, de la manera más justa, interviene el hecho de la continua ausencia del
hombre moreno. Permítame hacerle notar de paso que la tez del mismo es morena y
atezada; no es un color moreno común el que atrajo la atención tanto de Valence como de
madame Deluc. Pero, ¿por qué está ausente este hombre? ¿Fue asesinado por la pandilla? Si
es así, ¿cómo no hay más que huellas de la joven asesinada? Es natural suponer que los dos
atentados se produjeron en el mismo lugar. ¿Y dónde se halla su cadáver? Con toda
probabilidad, los asesinos hubieran hecho desaparecer a ambos en la misma forma. Pero lo