corresponde a un solo individuo, y esto nos lleva al hecho de que “entre el soto y el río se
descubrió que los vallados habían sido derribados y la tierra mostraba señales de que se
había arrastrado una pesada carga”. ¿Cree usted que varios individuos se hubieran impuesto
la superflua tarea de derribar un vallado para arrastrar un cuerpo que podía ser pasado por
encima en un momento? ¿Cree usted que varios hombres hubieran arrastrado un cuerpo al
punto de dejar evidentes huellas?
»Aquí corresponde referirse a una observación de Le Commerciel, que en cierta medida
ya he comentado antes. “Un trozo de una de las enaguas de la infortunada muchacha —
dice—, de dos pies de largo por uno de ancho, le fue aplicado bajo el mentón y atado detrás
de la cabeza, probablemente para ahogar sus gritos. Los individuos que hicieron esto no
tenían pañuelos en el bolsillo.”
»Ya he hecho notar que un verdadero pillastre no carece nunca de pañuelo. Pero no me
refiero ahora a eso. Que dicha atadura no fue empleada por falta de pañuelo y para los fines
que supone Le Commerciel, lo demuestra el hallazgo del pañuelo en el lugar del hecho; y
que su finalidad no era la de “ahogar sus gritos”, surge de que se haya empleado esa atadura
en vez de algo que hubiera sido mucho más adecuado. Pero los términos de los testimonios
aluden a la tira en cuestión diciendo que “apareció alrededor del cuello, pero no apretada,
aunque había sido asegurada con un nudo firmísimo”. Estos términos son bastante vagos,
pero difieren completamente de los de Le Commerciel. La tira tenía dieciocho pulgadas de
ancho y, por lo tanto, aunque fuera de muselina, constituía una banda muy fuerte si se la
doblaba sobre sí misma longitudinalmente. Así fue como se la encontró. Mi deducción es la
siguiente: El asesino solitario, después de llevar alzado el cuerpo durante un trecho (sea
desde el soto u otra parte) ayudándose con la tira arrollada a la cintura, notó que el peso
resultaba excesivo para sus fuerzas. Resolvió entonces arrastrar su carga, y la investigación
demuestra que, en efecto, el cuerpo fue arrastrado. A tal fin, era necesario atar una especie
de cuerda a una de las extremidades. El mejor lugar era el cuello, ya que la cabeza
impediría que se zafara. En este punto, el asesino debió pensar en la tira que circundaba la
cintura de la víctima. Hubiera querido usarla, pero se le planteaba el inconveniente de que
estaba arrollada al cadáver, sujeta por una atadura, sin contar que no había sido
completamente arrancada del vestido. Más fácil resultaba arrancar una nueva tira de las
enaguas. Así lo hizo, ajustándola al cuello, y en esa forma arrastró a su víctima hasta la
orilla del río. El hecho de que este lazo, difícil y penosamente obtenido, y sólo a medias
adecuado a su finalidad, fuera sin embargo emple ado por el asesino, nace del hecho de que
éste estaba ya demasiado lejos para utilizar la chalina, vale decir, después que hubo
abandonado el soto (si se trataba del soto) y se encontraba a mitad de camino entre éste y el
río.
»Dirá usted que el testimonio de madame Deluc (!) apunta especialmente a la presencia
de una pandilla en la vecindad del soto, aproximadamente, en el momento del asesinato.
Estoy de acuerdo. Incluso me pregunto si no había una docena de pandillas como la
descrita por madame Deluc en la vecindad de la Barrière du Roule y aproximadamente en
el momento de la tragedia. Pero la pandilla que se ganó la marcada enemistad —y el
testimonio tardío y bastante sospechoso— de madame Deluc, es la única a la cual esta
honesta y escrupulosa anciana reprocha haberse regalado con sus pasteles y haber bebido su
coñac sin tomarse la molestia de pagar los gastos. Et hinc illæ iræ?
»Pero, ¿cuál es el preciso testimonio de madame Deluc? “Se presentó una pandilla de
malandrines, los cuales se condujeron escandalosamente, comieron y bebieron sin pagar,
siguieron luego la ruta que habían tomado los dos jóvenes y regresaron a la posada al