por tanto, razonable; pero no es menos cierto que engendra cantidad de errores
particulares25.
»Con respecto a las insinuaciones apuntadas contra Beauvais, estará usted pronto a
desecharlas de un soplo. Supongo que habrá ya advertido la verdadera naturaleza de este
excelente caballero. Es un entrometido, lleno de fantasía romántica y con muy poco
ingenio. En una situación verdaderamente excitante como la presente, toda persona como él
se conducirá de manera de provocar sospechas por parte de los excesivamente sutiles o de
los mal dispuestos. Según surge de las notas reunidas por usted, monsieur Beauvais tuvo
algunas entrevistas con el director de L’Etoile, y lo disgustó al aventurar la opinión de que
el cadáver, pese a la teoría de aquél, era sin lugar a dudas el de Marie. “Persiste —dice el
diario— en afirmar que el cadáver es el de Marie, pero no es capaz de señalar ningún
detalle, fuera de los ya comentados, que imponga su creencia a los demás.” Sin reiterar el
hecho de que mejores pruebas “para imponer su creencia a los demás” no podrían haber
sido nunca aducidas, conviene señalar que en un caso de este tipo un hombre puede muy
bien estar convencido, sin ser capaz de proporcionar la menor razón de su convencimiento
a un tercero. Nada es más vago que las impresiones referentes a la identidad personal. Cada
uno reconoce a su vecino, pero pocas veces se está en condiciones de dar una razón que
explique ese reconocimiento. El director de L’Etoile no tiene derecho de ofenderse porque
la creencia de monsieur Beauvais carezca de razones.
»Las sospechosas circunstancias que lo rodean cuadran mucho más con mi hipótesis de
entrometimiento romántico que con la sugestión de culpabilidad lanzada por el redactor.
Una vez adoptada la interpretación más caritativa, no tendremos dificultad en comprender
la rosa en el agujero de la cerradura, el nombre “Marie” en la pizarra, el haber “dejado de
lado a los parientes masculinos de la difunta”, la resistencia “a que los parientes de la
víctima vieran el cadáver”, la advertencia hecha a madame B... de que no debía decir nada
al gendarme hasta que él, monsieur Beauvais, estuviera de regreso y, finalmente, su
decisión aparente de que “nadie, fuera de él, se ocuparía de las actuaciones”. Me parece
incuestionable que Beauvais cortejaba a Marie, que ella coqueteaba con él, y que nuestro
hombre estaba ansioso de que lo creyeran dueño de su confianza e íntimamente vinculado
con ella. No insistiré sobre este punto. Por lo demás, las pruebas refutan redondamente las
afirmaciones de L’Etoile tocantes a la supuesta apatía por parte de la madre y otros
parientes, apatía contradictoria con su convencimiento de que el cadáver era el de la
muchacha; pasemos adelante, pues, como si la cuestión de la identidad quedara probada a
nuestra entera satisfacción.»
—¿Y qué piensa usted —pregunté— de las opiniones de Le Commerciel?
—En esencia, merecen mucha mayor atención que todas las formuladas sobre el
asunto. Las deducciones derivadas de las premisas son lógicas y agudas, pero, en dos casos,
las premisas se basan en observaciones imperfectas. Le Commerciel insinúa que Marie fue
secuestrada por alguna banda de malandrines a poca distancia de la casa de su madre. «Es
imposible —señala— que una persona tan popularmente conocida como la joven víctima
hubiera podido caminar tres cuadras sin que la viera alguien.» Esta idea nace de un hombre
25
«Toda teoría basada en las cualidades de un objeto no podrá desarrollarse en lo concerniente a sus fines;
aquel que ordena tópicos con referencia a sus causas, cesará de valorarlos con relación a sus resultados. Así, la
jurisprudencia de todas las naciones muestra que, cuando la ley se convierte en una ciencia y en un sistema,
cesa de ser justicia. Los errores en que incurre el derecho usual por su ciega devoción a los principios de
clasificación son claramente visibles si se observa con cuánta frecuencia la legislatura se ha visto obligada a
intervenir para restablecer la equidad que sus formas habían perdido.» Landor.