Otros testimonios surgieron a consecuencia del descubrimiento. Madame Deluc declaró
ser la dueña de una posada situada sobre el camino, no lejos de la orilla del río, en la parte
opuesta a la Barrière du Roule. Esta región es particularmente solitaria y constituye el
habitual lugar de esparcimiento de los pájaros de cuenta de París, que cruzan el río en bote.
Hacia las tres de la tarde del domingo en cuestión llegó a la posada una muchacha a quien
acompañaba un hombre joven y moreno. Ambos permanecieron algún tiempo en la casa. Al
partir se encaminaron rumbo a los espesos bosques de la vecindad. Madame Deluc había
observado con atención el tocado de la muchacha, pues le recordaba mucho uno que había
tenido una parienta suya fallecida. Reparó, sobre todo, en la chalina. Poco después de la
partida de la pareja se presentó una pandilla de malandrines, quienes se condujeron
escandalosamente, comieron y bebieron sin pagar, siguieron luego la ruta que habían
tomado los dos jóvenes y regresaron a la posada al anochecer, volviendo a cruzar el río
como si tuvieran mucha prisa.
Poco después de oscurecer, aquella misma tarde, madame Deluc y su hijo mayor
oyeron los gritos de una mujer en la vecindad de la posada. Los gritos eran violentos, pero
duraron poco. Madame D. no solamente reconoció la chalina hallada en el soto, sino el
vestido que tenía el cadáver. Un conductor d