sea dado imaginar y tan poco probatorio como encontrar el brazo dentro de la manga.
Monsieur Beauvais no regresó esa noche, pero hizo saber a madame Rogêt, a las siete de la
tarde del miércoles, que se continuaba la investigación referente a su hija. Si concedemos
que, dada su edad y su aflicción, madame Rogêt no podía identificar personalmente el
cuerpo (lo cual es conceder mucho), cabe suponer que bien podía haber alguna otra persona
o personas que consideraran necesario hacerse presentes y seguir de cerca la investigación
si creían que el cadáver era el de Marie. Pero nadie se presentó. No se dijo ni se oyó una
sola palabra sobre el asunto en la rue Pavee Saint André, nada que llegara a conocimiento
de los ocupantes de la misma casa. Monsieur St. Eustache, el prometido de Marie, que
habitaba en la pensión de su madre, declara que no supo nada del descubrimiento del
cuerpo de su novia hasta que, a la mañana siguiente, monsieur Beauvais entró en su
habitación y le comunicó la noticia. Se diría que semejante noticia fue recibida con suma
frialdad.»
De esta manera, el articulista se esforzaba por crear la impresión de una cierta apatía
por parte de los parientes de Marie, contradictoria con la suposición de que dichos parientes
creían que el cadáver era el de la joven. Las insinuaciones pueden reducirse a lo siguiente:
Marie, con la complicidad de sus amigos, se había ausentado de la ciudad por razones que
implicaban un cargo contra su castidad. Al aparecer en el Sena un cuerpo que se parecía
algo al de la muchacha, sus parientes habían aprovechado la oportunidad para impresionar
al público con el convencimiento de su muerte. Pero L’Etoile volvía a apresurarse. Probóse
claramente que la aludida apatía no era tal; que la madre de Marie estaba muy débil y tan
afligida que era incapaz de ocuparse de nada; que St. Eustache, lejos de haber recibido
fríamente la noticia, hallábase en tal estado de desesperación y se conducía de una manera
tan extraviada, que monsieur Beauvais debió pedir a un amigo y pariente que no se separara
de su lado y le impidiera presenciar la exhumación del cadáver. L’Etoile afirmaba, además,
que el cuerpo había sido nuevamente enterrado a costa del municipio, que la familia había
rechazado de plano una ventajosa oferta de sepultura privada, y que en la ceremonia no
había estado presente ningún miembro de la familia. Pero todo eso, publicado a fin de
reforzar la impresión que el periódico buscaba producir, fue satisfactoriamente refutado. Un
número posterior del mismo diario trataba de arrojar sospechas sobre el mismo Beauvais.
El redactor manifestaba:
«Se ha producido una novedad en este asunto. Nos informan que, en ocasión de una
visita de cierta madame B... a la casa de madame Rogêt, monsieur Beauvais, que se
disponía a salir, dijo a la primera nombrada que no tardaría en venir un gendarme, pero que
no debía decir una sola palabra hasta su regreso, pues él mismo se ocuparía del asunto. En
el estado actual de cosas, monsieur Beauvais parece ser quien tiene todos los hilos en la
mano. Es imposible dar el menor paso sin tropezar en seguida con su persona. Por alguna
razón este caballero ha decidido que nadie fuera de él se ocupara de las actuaciones, y se las
ha compuesto para dejar de lado a los parientes masculinos de la difunta, procediendo en
forma harto singular. Parece, además, haberse mostrado muy refractario a que los parientes
de la víctima vieran el cadáver.»
Un hecho posterior contribuyó a dar alguna consistencia a las sospechas así arrojadas
sobre Beau