asegurarse en seguida... Ya sabe usted cuán entusiasta es en todo lo que se refiere a la
historia natural. Al mismo tiempo, y sin tener idea de lo que hacía, yo debí de guardarme el
pergamino en el bolsillo.
»Recordará usted que, cuando me senté a la mesa con intención de dibujarle el
escarabajo, no encontré papel donde suele estar. Miré en el cajón sin verlo. Revisé mis
bolsillos en busca de alguna vieja carta, cuando mis dedos tocaron el pergamino. Si le doy
todos estos detalles sobre la forma en que ese papel llegó a mi posesión se debe a que lo
ocurrido me impresionó profundamente.
»No dudo que usted me tachará de fantasioso, pero había establecido ya una especie de
conexión. Dos eslabones de una gran cadena se juntaban. Había un bote en una playa, y no
lejos del bote había un pergamino —no un papel— con una calavera pintada. Usted me
preguntará cuál puede ser la conexión. Le contesto que la calavera es el bien conocido
emblema de los piratas. En todos los combates se iza la bandera con el cráneo de muerto.
»Dije que aquel trozo era de pergamino y no de papel. El pergamino es durable, casi
indestructible. Las cuestiones de poca importancia se consignan rara vez en pergamino, ya
que no se presta como el papel para las finalidades ordinarias de la escritura o el dibujo.
Esta reflexión sugería que aquel cráneo tenía un sentido... y un sentido importante.
Tampoco dejé de observar, de paso, la forma del pergamino. Aunque algún accidente había
destruido una de sus puntas, podía verse que la forma original era oblonga. Justamente el
tipo y la forma adecuados para consignar un documento importante, algo que debía ser
cuidadosamente preservado y largamente recordado.»
—Un momento —interrumpí—. Dijo usted que al dibujar el escarabajo el cráneo no
estaba en el pergamino. ¿Cómo puede establecer, entonces, una conexión entre el bote y el
cráneo, puesto que este último debió de ser dibujado (¡Dios sabe cómo y por quién!)
después que usted hubo trazado el diseño del escarabajo?
—¡Ah, todo el misterio está ahí! Y eso que, por comparación, no me costó mucho
resolverlo. Mis pasos eran seguros y no podían llevarme más que a una solución. He aquí,
por ejemplo, cómo razoné. Al dibujar el escarabajo no había ningún cráneo en el
pergamino. Al completar mi croquis se lo pasé a usted, y no dejé de observarlo de cerca
hasta que me lo devolvió. Usted por tanto, no podía haber dibujado la calavera, y no había
nadie más capaz de hacerlo. Vale decir que aquel dibujo no nacía de una intervención
humana. Y sin embargo... estaba ahí.
»A esta altura de mis reflexiones traté de recordar, y recordé con toda claridad, los
incidentes acaecidos durante el período en cuestión. El tiempo era frío (¡oh raro y feliz
accidente!) y ardía un fuego en el hogar. Como mi caminata me había hecho entrar en calor,
me senté cerca de la mesa. Pero usted acercó su silla a la chimenea. Justamente cuando le
alcanzaba el pergamino y usted se disponía a inspeccionarlo, apareció Lobo, mi terranova,
y le saltó a los hombros. Usted lo acarició y lo mantuvo a distancia con la mano izquierda,
mientras la derecha, que sostenía el pergamino, colgaba entre sus rodillas muy cerca del
fuego. En un momento dado pensé que las llamas iban a alcanzarlo, y me disponía a
prevenírselo, pero antes de que pudiera hablar retiró usted el pergamino y se absorbió en su
examen. Considerando todos estos detalles, no dudé un instante de que el calor era el
agente que había hecho surgir en la superficie del pergamino el cráneo que encontré
dibujado en él. Bien sabe usted que siempre han existido preparaciones químicas mediante
las cuales se puede escribir sobre papel o pergamino, de modo que los caracteres resultan
invisibles mientras no se los someta a la acción del fuego. Suele emplearse el zafre disuelto
en aqua regia y diluido en cuatro veces su peso en agua; resulta de ello una coloración