cumplimiento total, en sus minuciosos y terribles detalles, de las llameantes y aterradoras
anunciaciones de las profecías del Santo Libro.
¿Necesito pintarte, Charmion, el desencadenado frenesí de la humanidad? Aquella
tenuidad del cometa que nos había inspirado previamente una esperanza era ahora la fuente
de la más amarga desesperación. En su impalpable, gaseosa naturaleza percibíamos
claramente la consumación del Destino. Y entretanto pasó otro día, llevándose con él la
última sombra de la Esperanza. Jadeábamos en aquel aire rápidamente modificado. La
sangre arterial batía tumultuosamente en sus estrechos canales. Un delirio furioso se había
posesionado de todos los hombres y, con los brazos rígidamente tendidos hacia los cielos
amenazantes, temblaban y clamaban. Pero el núcleo del destructor llegaba ya a nosotros;
aun aquí, en el Aidenn, me estremezco al hablar. Déjame ser breve... breve como la
destrucción que nos asoló. Durante un momento vimos una terrible, cárdena luz que
penetraba en todas las cosas. Entonces... ¡inclinémonos Charmion, ante la sublime majestad
de Dios el grande!, entonces se alzó un clamoroso y penetrante sonido, tal como si brotara
de Su boca, y toda la masa de éter, dentro de la cual existíamos, reventó instantáneamente
en algo como una intensa llama roja, cuya insuperable brillantez y abrasante calor no tienen
nombre, ni siquiera entre los ángeles del alto cielo del conocimiento puro. Así acabó todo.