las continuas ausencias provocadas por el aplastante efecto que en él provocaba la bebida.
El Messenger lamentó sinceramente prescindir de Poe, cuya pluma había octuplicado su
tirada en pocos meses.
Edgar y los suyos se instalaron precariamente en Nueva York, en un pésimo momento
para encontrar trabajo a causa de la gran depresión económica que caracterizó la
presidencia de Jackson. Este intervalo de forzosa holganza fue, como siempre, benéfico
para Edgar desde el punto de vista literario. Libre de reseñas y comentarios periodísticos,
pudo consagrarse de lleno a la creación y escribió una nueva serie de cuentos; logró
asimismo que Gordon Pym se publicara en volumen, aunque la obra fue un fracaso de
ventas. Pronto se vio que Nueva York no ofrecía un panorama favorable y que lo mejor era
repetir la tentativa en Filadelfia, el primer centro editorial y literario de Estados Unidos a
esa altura del siglo. A mediados de 1838 hallamos a Edgar y a los suyos pobremente
instalados en una casa de pensión de Filadelfia. La mejor prueba de la situación por la que
pasaban la da el hecho de que Edgar se prestó a publicar bajo su nombre un libro de texto
sobre conquiliología, que no pasaba de ser la refundición de un libro inglés sobre la materia
y que preparó un especialista con la ayuda de Poe. Más tarde ese libro le trajo un sinfín de
disgustos, pues lo acusaron de plagio, a lo cual habría de contestar airadamente que todos
los textos de la época se escribían aprovechando materiales de otros libros. Lo cual no era
una novedad ni entonces ni hoy en día, pero resultaba un débil argumento para un
denunciador de plagios tan encarnizado como él.
Madurez
En 1838 aparecerá el cuento que Poe prefería, Ligeia. Al año siguiente nacerá otro aún
más extraordinario, La caída de la casa Usher, en el que los elementos autobiográficos
abundan y son fácilmente discernibles, pero donde, sobre todo, se revela —después del
anuncio de Berenice y el estallido terrible de Ligeia— el lado anormalmente sádico y
necrofílico del genio de Poe, así como la presencia del opio. Por el momento, la suerte
parecía inclinarse de su lado, pues ingresó como asesor literario en el Burton’s Magazine.
Por ese entonces le obsesionaba la idea de llegar a tener una revista propia, con la cual
realizar sus ideales en materia de crítica y creación. Como no podía financiarla (aunque el
sueño lo persiguió hasta el fin), aceptó colaborar en el Burton’s con un sueldo mezquino
pero amplia libertad de opinión. La revista era de ínfima categoría; bastó que Edgar entrara
en ella para ponerla a la cabeza de las de su tiempo en originalidad y audacia.
Aquel trabajo le permitió al fin mejorar la situación de Virginia y su madre. Aunque se
separó por un tiempo del Burton’s, pudo trasladar su pequeña familia a una casa más
agradable, la primera casa digna desde los días de Richmond. Estaba situada en los
aledaños de la ciudad, casi en el campo, y Edgar recorría diariamente varias millas a pie
para acudir al centro. Virginia con sus modales siempre pueriles, lo esperaba de tarde con
un ramo de flores, y nos han quedado numerosos testimonios de la invariable ternura de
Edgar hacia su «mujer-niña», y sus mimos y atenciones para con ella y «Muddie».
En diciembre de 1839 apareció otro volumen, donde se reunían los relatos publicados
en su casi totalidad en revistas; el libro se titulaba Cuentos de lo grotesco y lo arabesco.
Aquella época había sido intensa, bien vivida, y de ella emergía Edgar con algunas de sus
obras en prosa más admirables. Pero la poesía estaba descuidada. «Razones al margen de
mi voluntad me han impedido en todo momento esforzarme seriamente por algo qué, en
circunstancias más felices, hubiera sido mi terreno predilecto», habría de escribir en los