Test Drive | Page 166

un invisible, largo Sufrimiento. ¡Este múltiple drama ya jamás, jamás será olvidado! Con su Fantasma siempre perseguido por una multitud que no lo alcanza, en un círculo siempre de retorno al lugar primitivo, y mucho de Locura, y más Pecado, y más Horror -el alma de la intriga. ¡Ah, ved: entre los mimos en tumulto una forma reptante se insinúa! ¡Roja como la sangre se retuerce en la escena desnuda! ¡Se retuerce y retuerce! Ven tormentos los mimos son su presa, y sus fauces destilan sangre humana, y los ángeles lloran. ¡Apáganse las luces, todas, todas! Y sobre cada forma estremecida cae el telón, cortina funeraria, con fragor de tormenta. Y los ángeles pálidos y exangües, ya de pie, ya sin velos, manifiestan que el drama es el del «Hombre», y que es su héroe el Vencedor Gusano. —¡Oh, Dios! —gritó casi Ligeia, incorporándose de un salto y tendiendo sus brazos al cielo con un movimiento espasmódico, al terminar yo estos versos—. ¡Oh Dios! ¡Oh, Padre Celestial! ¿Estas cosas ocurrirán irremisiblemente? ¿El Vencedor no será alguna vez vencido? ¿No somos una parte, una parcela de Ti? ¿Quién, quién conoce los misterios de la voluntad y su fuerza? El hambre no se doblega a los ángeles, ni cede por entero a la muerte, como no sea por la flaqueza de su débil voluntad. Y entonces, como agotada por la emoción, dejó caer los blancos brazos y volvió solemnemente a su lecho de muerte. Y mientras lanzaba los últimos suspiros, mezclado con ellos brotó un suave murmullo de sus labios. Acerqué mi oído y distinguí de nuevo las palabras finales del pasaje de Glanvill: «El hombre no se doblega a los ángeles, ni cede por entero a la muerte, como no sea por la flaqueza de su débil voluntad.» Murió; y yo, deshecho, pulverizado por el dolor, no pude soportar más la solitaria desolación de mi morada, y la sombría y ruinosa ciudad a orillas del Rin. No me faltaba lo que el mundo llama fortuna. Ligeia me había legado más, mucho más, de lo que por lo común cae en suerte a los mortales. Entonces, después de unos meses de vagabundeo tedioso, sin rumbo, adquirí y reparé en parte una abadía cuyo nombre no diré, en una de las más incultas y menos frecuentadas regiones de la hermosa Inglaterra. La sombría y triste vastedad del edificio, el aspecto casi salvaje del dominio, los numerosos recuerdos