equidad, sino legalmente la autoridad del marido.
La Revista de Cirugía de Leipzig, publicación de gran autoridad y mérito, que algunos
libreros americanos harían bien en traducir y editar, relata en uno de los últimos números
un suceso muy penoso que presenta las características en cuestión.
Un oficial de artillería, hombre de gigantesca estatura y robusta salud, fue derribado
por un caballo indomable, recibiendo una contusión muy fuerte en la cabeza que en seguida
le hizo perder el sentido. Tenía una ligera fractura de cráneo, pero sin peligro inmediato. La
trepanación se realizó con éxito. Se le practicó una sangría y se adoptaron otros muchos
métodos comunes de alivio. Pero cayó gradualmente en un sopor cada vez más grave y, por
último, se le dio por muerto.
Hacía calor y lo enterraron con prisa indecorosa en uno de los cementerios públicos.
Sus funerales se realizaron un día jueves. El domingo siguiente frecuentaban el cementerio,
como de costumbre, numerosos visitantes cuando, alrededor de mediodía, se produjo un
gran revuelo provocado por las palabras de un campesino que, habiéndose sentado en la
tumba del oficial, sintió claramente una conmoción en la tierra, como si alguien estuviera
luchando debajo. Al principio nadie prestó atención a las palabras del hombre, pero su
evidente terror y la terca insistencia con que repetía su historia tuvieron, al fin, naturales
efectos sobre la multitud. Algunos consiguieron de inmediato unas palas, y la