Todos, salvadores y salvados, fueron acogidos con gritos de alegría, y Phileas Fogg
distribuyó a los soldados la prima que les había prometido, mientras que Picaporte repetía, no
sin alguna razón:
-¡Decididamente, es preciso convenir en que cuesto muy caro a mi amo!
Fix, sin pronunciar una palabra, miraba a mister Fogg, y hubiera sido difícil analizar las
impresiones que luchaban en su interior. En cuanto a mistress Aouida, había tomado la mano
del gentleman y la estrechaba con las suyas sin poder pronunciar una palabra.
Entretanto, Picaporte, tan luego como llegó, había buscado el tren en la estación, creyendo
encontrarle allí dispuesto a correr hacia Omaba, y esperando que se podría ganar aún el
tiempo perdido.
-¡El tren, el tren! -gritaba.
-Se marchó -respondió Fix.
-Y el tren siguiente, ¿cuándo pasa? -preguntó mister Fogg.
-Esta noche.
-¡Ah! --dijo simplemente el impasible gentieman.
XXXI
Phileas Fogg estaba veinticuatro horas atrasado, y Picaporte, causa involuntaria de esta
tardanza, estaba desesperado. Había arruinado indudablemente a su amo.
En aquel momento, el inspector se acercó a mister Fogg, y mirándole bien enfrente, le
preguntó:
-Con formalidad, señor Fogg; ¿tenéis prisa?
--Con mucha formalidad -respondió Phileas Fogg.
-Insisto -repuso Fix. ¿Tenéis verdadero interés en estar en Nueva York el 11, antes de las
nueve de la noche, hora de salida del vapor de Liverpool?
-El mayor interés.
-Y si el viaje no hubiera sido interrumpido por el ataque de los indios, ¿hubierais llegado a
Nueva York el 11 por la mañana?
-Sí, con doce horas de adelanto sobre el vapor.
-Bien. Tenéis ahora veinte horas de atraso. Entre veinte y doce, la diferencia es de ocho.
Luego con ganar estas ocho horas tenéis bastante. ¿Queréis intentarlo?
-¿A pie?
-No, en trineo de vela. Un hombre me ha propuesto este sistema de transporte.
Era el hombre que había hablado al inspector de policía durante la noche, y cuya oferta
había sido desechada.
Phileas Fogg no respondió a Fix; pero éste le enseñó el hombre de que se trataba, y el
gentleman después, Phileas Fogg y el americano, llamado Mudge, entraban en una covacha
construida junto al fuerte Kearney.
Allí, mister Fogg examinó un vehículo bastante singular, especie de tablero establecido
sobre dos largueros, algo levantados por delante, como las plantas de un trineo, y en el cual
cabían cinco o seis personas. Al tercio, por delante, se elevaba un mástil muy alto, donde se
envergaba una inmensa cangreja. Este mástil, sólidamente sostenido por obenques metálicos,
tendía un estay de hierro, que servía para guindar un foque de gran dimensión. Detrás había
un timón espaldilla, que permitía dirigir el aparato.
Como se ve, era un trineo aparejado en balandra. Durante el invierno, en la llanura helada,
cuando los trenes se ven detenidos por las nieves, esos vehículos hacen travesías muy rápidas,
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