-No marcharé -respondió la joven.
Fix había oído la conversación. Algunos momentos antes, cuando todo medio de
locomoción le faltaba, estaba decidido a marchar; y ahora, que- el tren estaba allí y no tenía
más que ocupar su asiento, le retenía un irresistible impulso. El andén de la estación le
quemaba los pies, y no podía desprenderse de allí. Volvió al embate de sus encontradas ideas,
y la cólera del mal éxito lo ahogaba. Quería luchar hasta el fin.
Entretanto, los viajeros y algunos heridos, entre ellos el coronel Proctor, cuyo estado era
grave, habían tomado ubicación en los vagones. Se oía el zumbido de la caldera y el vapor se
desprendía por las válvulas. El maquinista silbó, el tren se puso en marcha, y desapareció
luego, mezclando su blanco humo con el torbellino de las nieves.
El inspector Fix se quedó.
Algunas horas transcurrieron. El tiempo era muy malo y el frí