-Sí, pero aquí sería difícil; no hay naipes ni jugadores.
-¡Oh! En cuanto a los naipes, ya los hallaremos, porque se venden en todos los vagones
americanos. En cuanto a compañeros de juego, si por casualidad la señora...
-Ciertamente, caballero -respondió con viveza Aouida-, sé jugar al whist. Eso forma parte
de la educación inglesa.
-Y yo -repuso Fix-, tengo alguna pretensión de jugarlo bien. Por consiguiente, haremos la
partida a tres.
-Como gustéis -repuso mister Fogg, gozoso de dedicarse a su juego favorito aun en
ferrocarril.
Picaporte fue en busca del "steward" y volvió luego con dos barajas, fichas, tantos y una
tablilla forrada de paño. No faltaba nada. El juego comenzó. Mistress Aouida sabía bastante
bien el whist, aun recibió algunos cumplidos del severo Phileas Fogg. En cuanto al inspector,
era de primera fuerza y capaz de luchar con el gentleman.
-Ahora --dijo entre sí Picaporte-, ya es nuestro y no se moverá.
A las once de la mañana, el tren llegó a la línea divisoria de las aguas de ambos Océanos.
Aquel paraje, llamado Passe-Bridger, se hallaba a siete mil quinientos veinticuatro pies
ingleses dobre el nivel del mar, y era uno de los puntos más altos del trazado férreo, al través
de las Montañas Rocosas. Después de haber recorrido unas doscientas millas, los viajeros se
hallaron por fin en una de esas extensas llanuras que llegan hasta el Atlántico, y que tan
propicias son para el establecimiento de ferrocarriles.
Sobre la vertiente de la cuenca atlántica se desarrollaban ya los primeros ríos, afluentes o
subafluentes del North-Platte. Todo el horizonte del Norte y del Este estaba cubierto por una
inmensa cortina semicircular que forma la porción septentrional de las Montañas Rocosas,
dominada por el pico de Laramia. Entre esa curvatura y la línea férrea se extendían vastas
llanuras, abundantemente regadas. A la derecha de la vía aparecían las primeras rampas de la
masa montañosa que se redondea al Sur hasta el nacimiento del Arkansas, uno de los grandes
tributarios del Missouri.
A las doce y media, los viajeros divisaron el puente Halleck, que domina aquella comarca.
Con algunas horas más, el trayecto de las Montañas Rocosas quedaría hecho, y, por
consiguiente, podía esperarse que ningún incidente perturbaría el paso del tren por tan áspera
región. Ya no nevaba y el frío era seco. A lo lejos una ́