Pero en aquel momento, en que el honrado mozo no se preocupaba más que del estado del
cielo y del descenso de la temperatura, mistress Aouida experimentaba recelos más vivos, que
procedían de otra muy diferente causa.
En efecto, algunos viajeros se habían apeado y se paseaban por el muelle de la estación de
Green-River, aguardando la salida del tren. Ahora bien; a través del cristal reconoció entre
ellos al coronel Steam Proctor, aquel americano que tan groseramente se había conducido con
Phileas Fogg, durante el mitin de San Francisco. Mistress Aouida, no queriendo ser vista, se
echó para atrás.
Esta circunstancia impresionó vivamente a la joven. Esta había cobrado afecto al hombre
que, por frío que fuera, le daba diariamente muestras de la más absoluta adhesión. No
comprendía, sin duda, toda la profundidad del sentimiento que le inspiraba su salvador, y
aunque no daba a este sentimiento otro nombre que el de agradecimiento, había más que esto,
sin sospecharlo ella misma. Por eso su corazón se oprimió cuando reconoció al grosero
personaje a quien tarde o temprano quería mister Fogg pedir cuenta de su conducta.
Evidentemente, era la casualidad sola la que había traído al coronel Proctor; pero, en fin,
estaba allí, y era necesario impedir a toda costa que Phileas Fogg percibiese a su adversario.
Mistress Aouida, cuando el tren echó de nuevo a andar, aprovechó un momento en que
mister Fogg dormitaba para poner a Fix y Picaporte al corriente de lo que ocurría.
-¡Ese Proctor está en el tren! --exclamó Fix-. Pues bien: tranquilizaos, señora; antes de
entenderse con el llamado... con mister Fogg, ajustará cuentas conmigo. Me parece que, en
todo caso, yo soy quien ha recibido los insultos más graves.
-Y además -añadió Picaporte-, yo me encargo de él, por más coronel que sea.
-Señor Fix -repuso mistress Aouida-, mister Fogg no dejará a nadie el cuidado de vengarlo.
Es hombre, lo ha dicho, capaz de volver a América para buscar a ese provocador. Si ve, por
consiguiente, al coronel Proctor, no podremos impedir un encuentro que pudiera traer
resultados depior-ables. Es menester, pues, que no lo vea.
-Tenéis razón, señora -respondió Fix-, un encuentro podría perderlo todo. Vencedor o
vencido, mister Fogg se vería atrasado, y...
-Y -añadió Picaporte- eso haría ganar a los gentlemen del Reform-Club. ¡Dentro de cuatro
días estaremos en Nueva York! Pues bien; si durante cuatro días mi amo no sale de su vagón,
puede esperarse que la casualidad no lo pondrá enfrente de ese maldito americano que Dios
confunda. Y ya sabremos impedirlo.
La conversacion se suspendió. Mister Fogg se había despertado y miraba el campo por entre
el vidrio manchado de nieve. Pero más tarde, y sin ser oído de su amo ni de mistress Aouida,
Picaporte dijo al inspector de policía:
-¿De veras os batiríais con el?
-Todos los medios emplearé para que llegue vivo a Europa -respondió simplemente Fix, con
tono que denotaba una implacable voluntad.
Picaporte sintió cierto estremecimiento; pero sus convicciones respecto de la no
culpabilidad de su amo, siguieron inalterables.
¿Y podía hallarse algún medio de detener a mister Fogg en el compartimento para evitar
todo encuentro con el coronel? No podía ser esto difícil, contando con el genio calmoso del
gentleman. En todo caso, el inspector de policía creyó haber dado con el medio, porque a los
pocos instantes decía a Phileas Fogg:
-Largas y lentas son estas horas que se pasan así en ferrocarril.
-En efecto --dijo el gentleman-, pero van pasando.
-A bordo de los buques -repuso el inspector -teníais costumbre de jugar vuestra partida de
whist.
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