Por fortuna, su residencia en la Ciudad de los Santos, no debia prolongarse. A las cuatro
menos algunos minutos, los viajeros se hallaban en la estación y volvían a ocupar su asiento
en los vagones.
Dióse el silbido; pero cuando las ruedas de la locomotora, patinando sobre las vías,
comenzaban a imprimir alguna velocidad al tren, resonaron estos gritos: ¡Alto! ¡Alto!
No se para un tren en marcha, y el que profería esos gritos era, sin duda, algún mormón
rezagado. Corría desalentado, y afortunadamente para él no había en la estación puertas ni
barreras. Se lanzó a la vía, saltó al estribo del último coche, y cayó sin aliento sobre una de las
banquetas del vagón.
Picaporte, que había seguido con emoción los incidentes de esta gimnástica, vino a
contemplar al rezagado, a quien cobró vivo interés al saber que se escapaba a consecuencia de
una reyerta de familia.
Cuando el mormón recobró el aliento, Picaporte se aventuró a preguntarle cortésmente
cuántas mujeres tenía para él solo, y del modo con que venía escapado le suponía una
veintena, al menos.
-¡Una, señor! -contestó el mormón, elevando los brazos al cielo-, ¡una y era bastante!
XXVIII
El tren, al salir de Great-Lake-City y de la estación de Odgen, se elevó durante una hora
hacia el Norte hacia el río Veber, después de recorrer unas novecientas millas desde San
Francisco. En esta parte de territorio, comprendida entre esos montes y las Montañas Rocosas,
propiamente dichas, los ingenieros americanos han tenido que vencer las más serias
dificultades. Así, pues, en ese trayecto, la subvención del gobierno de la Unión ha ascendido a
cuarenta y ocho mil dólares por milla, al paso que no eran más que dieciséis en la llanura;
pero los ingenieros, como hemos dicho, no han violentado a la naturaleza, sino que han usado
con ella-la astucia, sesgando las dificultades, no habiendo tenido necesidad de perforar más
que un túnel de catorce mil pies para llegar a la gran cuenca.
En el lago Salado era donde el trazado llegaba a su más alto punto de altitud. Desde aquí su
perfil describía una curva muy prolongada, que bajaba hacia el valle de Bitter--Creek, para
remontarse hasta la línea divisoria de las aguas entre el Océano y el Pacífico. Los ríos eran
numerosos en esta region montuosa. Hubo que pasar sobre puentes el Muddy, el Gree y otros.
Picaporte se había tornado más impaciente a medida que se acercaba el término del viaje, y
Fix, a su vez, hubiera querido haber salido ya de aquella región extraña. Temía las tardanzas,
recelaba los accidentes, y aún tenía más prisa que el mismo Phileas Fogg en poner el pie sobre
la tierra inglesa.
A las diez de la noche, el tren se detenía en la estación de Fort-Bridger, de la cual se separó
al punto, y veinte millas más allá entraba en el estado de Wyoming, el antiguo Dakota,
siguiendo todo el valle de Bitter-Creek, de donde surgen parte de las aguas que forman el
sistema hidrográfico del Colorado.
Al día diguiente, 7 de diciembre, hubo un cuarto de hora de parada en la estación de
Green-River. La nieve había caído, durante la noche, con bastante abundancia; pero, mezclada
con lluvia, medio derretida, no podía estorbar la marcha del tren. Sin embargo, este mal
tiempo no dejó de inquietar a Picaporte, porque la acumulación de las nieves, entorpeciendo
las ruedas de los vagones, hubiera comprometido seguramente el viaje.
-Pero, ¿qué idea --decía para sí- habrá tenido mi amo para viajar durante el invierno? ¿No
podía aguardar la buena estación, para tener mayores probabilidades?
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