aceras, en medio de la calle, en las vías del tranvía, a pesar del paso incesante de coches y
ómnibus, en el umbral de las tiendas, en las ventanas de las casas, y aun en los tejados, había
una multitud innumerable. En medio de los grupos circulaban hombres-carteles, y por el aire
ondeaban banderas y banderolas, oyéndose una gritería inmensa por todoslados.
-¡Hurra por Kamerfield!
-¡Hurra por Madiboy!
Era un mitin-, al menos, así lo pensó Fix, que transmitió su creencia a mister Fogg,
añadiendo:
-Quizá haremos bien en no meternos entre esa batahola, porque sólo se reparten golpes.
-En efecto -respondió Phileas Fogg-; y los puñetazos, porque tengan el carácter de politicos,
no dejan de ser puñetazos.
Fix creyó conveniente sonreír al oír esta observación, y a fin de ver sin ser atropellados,
mistress Aouida, Phileas Fogg y él tomaron sitio en el descanso superior de unas gradas que
dominaban la calle. Delante de ellos, y en la acera de enfrente, entre la tienda de un carbonero
y un almacén de petróleo, se extendía un ancho mostrador al aire libre, hacia el cual
convergían las diversas corrientes de la multitud.
¿Y por qué aquel mitin? ¿Con qué motivo se celebraba? Phileas Fogg lo ignoraba
absolutamente. ¿Se trataba del nombramiento de un alto funcionario militar o civil, de un
gobernador de Estado o de un miembro del Congreso? Pen-nitido era conjeturarlo, al ver la
animación extraordinaria que tenía agitada a la población entera.
En aquel momento, hubo entre la multitud un movimiento considerable. Todas las manos
estaban al aire. Algunas de ellas, sólidamente cerradas, se elevaban y bajaban, al parecer,
entre vociferaciones, maneras enérgicas, sin duda de formular un voto. Aquella masa de gente
estaba agitada por remolinos que semejaban las olas del mar. Las banderas oscilaban,
desaparecían un momento y reaparecían hechas jirones Las ondulaciones de la marejada se
propagaban hasta la escalera, mientras que todas las cabezas cabrilleaban en la superficie
como la mar movida súbitamente por un chuasco. El número de sombreros bajaba a la vista, y
casi todos parecían haber perdido su natural normal.
-Esto es evidentemente un mitin --dijo Fix-, y la cuestión que lo ha provocado debe ser
palpitante No me extrañaría que se tratase nuevamente la cuestión del "Alabamá", aunque está
resuelta.
-Tal vez -repitió sencillamente mister Fog.
-En todo caso --repuso Fix-, hay dos campeones en la liza: el honorable Kamerfield y el
honorable Madiboy.
Mistress Aouida, asida del brazo de Phileas Fogg, miraba con sorpresa aquella escena
tumultuosa y Fix iba a preguntar a uno de sus vecinos la razón de aquella efervescencia
popular, cuando se pronunció un movimiento más decidido. Redoblaron los vítores sazonados
con injurias. Los mastiles de las banderas se transformaron en armas ofensivas. Ya no había
manos, sino puños, en todas partes. Desde lo alto de los coches detenidos y de los ómnibus
interceptados en su marcha, se repartían sendos porrazos. Todo servía de proyectil. Botas y
zapatos describían por el aire largas trayectorias, y hasta pareció que algunos revólveres
mezclaban con las vociferaciones sus detonaciones nacionales.
Aquella barahúnda se acercó a la escalera y afluyó sobre las primeras gradas. Uno de los
partidarios era evidentemente rechazado, sin que los simples espectadores pudieran reconocer
si la ventaja estaba de parte de Madiboy o de Kamerfield.
--Creo prudente retirarnos --dijo Fix, que no tenía empeño en que su hombre recibiese un
mal golpe o se mezclase en un mal negocio-. Si se trata en todo esto de Inglaterra, y nos
llegan a conocer, nos veremos muy comprometidos en el tumulto.
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