Yokohama. Siguiendo circularmente el paralelo 50, que es el de Londres, la distancia no
hubiera sido más que unas doce mil millas, mientras que por los caprichosos medios de
locomoión, había que recorrer veintieséis mil, de las cuales el se habían andado ya diecisite mil
quinientas el 23 de noviembre. En lo sucesivo, el camino era directo, y Fix ya no estaba allí
para acumular obstáculos.
Aconteció también que, en esa misma fecha, 23 de noviembre, Picaporte experimentó suma
alegría. Recuérdese que se había obstinado en conservar la hora de Londres, en su famoso
reloj de familia, teniendo por equivocadas todas las horas de los países que atravesaban. Pues
bien, aquel día, sin haber tocado a su reloj, se encontró confon-ne con los cronómetros de a
bordo. Fácil es comprender el triunfo de Picaporte, que hubiera querido tener delante a Fix
para saber lo que diría.
-¡Ese tunante, que me refería un montón de historias sobre los meridianos, el sol y la luna!
-repetía Picaporte-. ¡Vaya una gente! ¡Si la escuchasen, buena relojería habría! Ya estaba yo
seguro que algún día se decidiría el sol a arreglarse por mi reloj.
Picaporte ignoraba que, si la muestra de su reloj hubiese estado dividida en veinticuatro
horas, en vez de doce, como los relojes italianos, no hubiera tenido motivo ninguno de
triunfo, porque las manecillas de su instrumento, cuando fuesen las nueve de la mañana,
señalarían las de la noche; es decir, la hora vigésima primera después de medianoche,
diferencia precisamente igual a la que existe entre Londres y el meridiano, que está a 180
grados.
Pero si Fix hubiera sido capaz de explicar ese efecto, puramente físico, Picaporte no lo
habría comprendido ni admitido; además de que si en aquel momento, el inspector de policía
se hubiese presentado a bordo, es probable que Picaporte le ajustara cuentas, y de un modo
muy diferente.
¿Y dónde estaba Fix entonces?
Precisamente a bordo del "General Grant".
En efecto, al llegar a Yokohama, el agente, separándose de mister Fogg, a quien esperaba
encontrar en el resto del día, se había dirigido inmediatamente al despacho del cónsul inglés.
Allí encontró el mandamiento que, corriendo detrás de él desde Bombay, tenía ya cuarenta
días de fecha, mandamiento que le había sido enviado de Hong-Kong por el mismo
"Carnatíc", a cuyo bordo se le creía. Júzguese del despecho que experimentó el "detective". El
mandamiento ya era inútil. ¡Mister Fogg no estaba en las posesiones inglesas, y era necesaria
una carta de extradición para prenderlo!
-¡Corriente! --dijo para sí, después de pasado el primer momento de ira-. El mandamiento
no sirve para aquí, pero me servirá en Inglaterra. Ese bribón tiene trazas de volver a su patria,
creyendo haber desorientado a la policía. Bien. Le seguiré hasta allí. En cuanto al dinero, Dios
quiera que le quede algo, porque en viajes, primas, procesos, multas, elefantes y gastos de
toda clase, mi hombre ha dejado ya más de cinco mil libras por el camino. En fin de cuentas,
el banco es rico.
Tomada su resolución, Fix se embarcó en el "General Grant". Estaba a brodo cuando mister
Fogg y mistress Aouida llegaron. Con sorpresa suya, reconoció a Picaporte bajo su traje de
heraldo. Se ocultó al instante en su camarote, a fin de ahorrar una explicacion que podía
comprometerlo todo, y gracias al número de pasajeros, contaba con no ser visto de su
enemigo, cuando aquel día se encontró precisamente con él a proa.
Picaporte se arrojó al cuello de Fix sin otra explicación, y, con gran satisfacción de algunos
americanos, que apostaron a su favor, administró al desventurado inspector una soberbia
tunda, que demostró la alta superioridad del pugilato francés sobre el inglés.
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