Los temores se despertaron con viveza. Se quería llegar a toda costa. Todos, excepto Phileas
Fogg, sentían latir su corazón de impaciencia. ¡Era necesario que la goleta se mantuviese en
un promedio de nueve millas por hora, y el viento seguia calmándose! Era una brisa irregular
que soplaba de la costa a rachas, después de cuyo paso desaparecía el oleaje.
Sin embargo, la embarcación era tan ligera, sus velas, de tejido fino, recogían tan bien los
movimientos sueltos de la brisa que, con ayuda de la corriente, a las seis, John Bunsby no
contaba ya más que diez millas hasta la ría de Shangai, porque esta ciudad esta situada a doce
millas de la embocadura.
A las siete todavía faltaban tres millas hasta Shangai. De los labios del piloto se escapó una
formidable imprecación. 1,a prima de doscientas libras iba a escapársele. Miró a mister Fogg,
quien estaba impasible, a pesar de que se jugaba en aquel momento la fortuna entera.
Entonces apareció sobre el agua un largo huso negro,