indudablemente; pero la intrépida Aouida, con la vista fija en su compañero, cuya sangre fría
admiraba, se manifestaba digna de él, y arrostraba a su lado la tonnenta. En cuanto a Phileas
Fogg, parecía que el tifón formaba parte de su programa.
Hasta entonces, la "Tankadera" había hecho siempre rumbo hacia el Norte; mas por la tarde,
como era de temer, el viento se llamó a tres cuartos al Noroeste. La goleta, dando entoces el
costado a la marejada, fue espantosamente sacudida. El mar la hería con violencia suficiente
para espantar, cuando no se sabe con qué solidez están enlazadas entre sí todas las partes de
un buque.
Con la noche, la tempestad se acentuó más, y, viendo llegar la oscuridad y con la oscuridad
crecer la ton-nenta, John Bunsby tuvo serios temores. Preguntó si sería tiempo de escalar la
costa, y consultó a la tripulación, después de lo cual se acercó a Fogg y le dijo:
--Creo, Vuestro Honor, que haríamos bien en arribar a un puerto de la costa.
-Yo también lo creo -respondió Phileas Fogg.
-¡Ah! -dijo el piloto-, pero ¿en cuál?
-Sólo conozco uno -respondió tranquilamente mister Fogg.
-¿Y es?
-Shangai...
El piloto estuvo algunos momentos sin comprender lo que significaba esta respuesta, y lo
que encerraba de obstinación y de tenacidad. Después exclamó:
-¡Pues bien, sí! Vuestro Honor tiene razón. ¡A Shangai!
Y la dirección de la "Tankadera" se mantuvo denodadamente hacia el Norte.
-¡Noche ciertamente terrible! Fue un milagro que la goleta no volcase. Dos veces se vio
comprometida, y todo hubiera desaparecido de cubierta, a no mantenerse firmes las trincas.
Aouida estaba destrozada, pero no exhaló queja alguna. Más de una vez tuvo mister Fogg que
acudir a ella para protegerla contra la violencia de las olas.
Al asomar el día, la tempestad se desencadenaba todavía con extraordinario furor. Sin
embargo, el viento volvió al Sureste. Era una modificación favorable, y la "Tankadera" hizo
rumbo de nuevo en aquel mar bravío, cuyas olas se estrellaban entonces con las producidas
por la nueva dirección del viento. De aquí el choque de marejadas encontradas, que hubiera
desmantelado una embarcación construída con menos solidez.
De vez en cuando, se divisaba la costa, por entre las rasgadas brumas, pero ni un solo buque
a la vista. La "Tankadera" era la única que se aguantaba a la mar.
A mediodía, hubo algunos síntomas de calma, que, con el descenso del sol en el horizonte,
se pronunciaron con más decisión.
La corta duración de la tempestad se debió a su misma violencia. Los pasajeros,
completamente quebrantados, pudieron comer algo y tomarse algún descanso.
La noche fue relativamente apacible. El piloto hizo restablecer sus velas en bajos rizos. La
velocidad de la embarcación era considerable. Al amanecer del 11, reconocida la costa,
aseguró John Bunsby que Shangai no distaba cien millas.
No quedaba más que aquella jornada para andar esas cien millas. Aquella misma tarde debía
llegar mister Fogg a Shangai, si no quería faltar a la salida del vapor de Yokohama. A no
estallar la tempestad, durante la cual perdió muchas horas, hubiera estado en aquel momento a
treinta millas del puerto.
La brisa amainaba sensiblemente, y la mar se calmaba al propio tiempo. La goleta se cubrió
de trapo. Cuchillos, velas de estay, contrafoque, en todo hacía presa el viento, levantando
espuma en el mar la roda.
A mediodía, la "Tankadera" no estaba a más de cuarenta y cinco millas de Shangai. Le
faltaban seis horas para llegar al puerto, antes de la salida del vapor de Yokohama.
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