voluntario, y se necesita la intervencion energica del gobierno para impedirlo. Así es que,
hace algunos años, yo residía en Bombay, cuando una joven viuda pidió al gobierno
autorizacion para quemarse con el cuerpo del mando. Como podéis pensarlo, el gobierno la
negó. Entonces la viuda fue a refugiarse al territorio de un rajá independiente, donde consumó
su sacrificio.
Durante la relación del brigadier general, el guía movía la cabeza, y cuando aquél concluyó
de hablar, éste último dijo:
-El sacrificio que ha de verificarse mañana al amanecer no es voluntario.
-¿Cómo lo sabéis?
-Es una historia que todo el mundo conoce en el Bundelkund -respondió el guía.
-Sin embargo, esa desventurada no parecía oponer resistencia --observó sir Francis
Cromarty.
-Es porque la han emborrachado con zumo de cáñamo y de opio.
-¿Pero adónde la llevan?
-A la pagoda de Pillaji, a dos millas de aquí. Allí pasará la noche aguardando la hora del
sacrificio.
-Y este sacrificio, ¿se verificará?
-Mañana, con los primeros albores del día.
Después de esta respuesta, el guía hizo salir al elefante de la espesura y montó sobre su
cuello. Pero en el momento en que iba a excitarlo con un silbido particular, nlister Fogg lo
detuvo, y dirigiéndose a sir Francis Cromarty, le dijo:
-¿Y si salvásemos a esa mujer?
-¡Salvar a esa mujer, señor Fogg! -Exclamó el brigadier general.
-Tengo todavía doce horas de adelanto y puedo dedicarlas a esto.
-¡Sois entonces hombre de corazón! -Dijo sir Francis Cromarty.
-Algunas veces -respondió sencillamente Phileas Fog-, cuando me sobra tiempo.
XIII
El intento era atrevido, lleno de dificultades, impracticable quizá. Mister Fogg iba a
arriesgar su vida o al menos su libertad, y por consiguiente el éxito de sus proyectos, pero no
vaciló. Tenía además en sir Francis Cromarty un auxiliar decidido.
En cuanto a Picaporte, estaba preparado y se podía disponer de él. La idea de su amo lo
exaltaba. Lo sentía con alma y corazón bajo aquella corteza de hielo, y le iba concibiendo
cariño.
Quedaba el guía. ¿Qué partido tomaría en el asunto? ¿No estaría inclinado a favor de los
indios?
A falta de concurso, era menester cuando menos asegurar la neutralidad.
Sir Francis Cromarty le planteó la cuestión con franqueza.
-Mi oficial -respondió el guía-, soy parsi-; no tan sólo arriesgamos nuestras vidas, sino
suplicios horribles si nos agarran. Miradio, pues.
-Mirado está -respondió mister Fogg-. Creo que debemos aguardar la noche para obrar.
-Así lo creo también -respondió el guía.
Este valiente indio expuso entonces algunos pormenores sobre la víctima. Era una india de
célebre belleza y de raza parsi, hija de ricos comercianes de Bombay. Había recibido en esta
ciudad una educación absolutamente inglesa y por sus modales y su instrucción hubiera
pasado por europea. Se llamaba Aouida.
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