al vapor de Nueva York, y como os negabais a llevarme a Liverpool...
-Y bien hecho, por los cincuenta mil diablos del infierno -exclamó Andrés Speedy-, porque
salgo ganando lo menos cuarenta mil dólares.
-Y luego añadió con más formalidad-: ¿sabéis una cosa, capitán ... ?
-Fogg.
--Capitán Fogg, hay algo de yanqui en vos.
Y después de haber tributado a su pasajero lo que él creía una lisonja, se marchaba, cuando
Phileas Fogg le dijo:
-Ahora, ¿este buque me pertenece?
-Seguramente; desde la quilla a la punta de los palos; pero todo lo que es de madera, se
entiende.
-Bien; que arranquen todos los aprestos interiores, y que se vayan echando a la hornilla.
Júzguese la mucha leña que debió gastar para conservar el vapor con suficiente presión.
Aquel día, la toldilla, la carroza, los camarotes, el entrepuente, todo fue a la hornilla.
Al día siguiente, 19, se quemaron los palos, las piezas de respeto, las berlingas. La
tripulación empleaba un celo increíble en hacer leña. Picaporte, rajando, cortando y serrando,
hacía el trabajo de cien hombres. Era un furor de demolición.
Al día siguiente, 20, los parapetos, los empavesados, las obras muertas, la mayor parte del
puente fueron devorados. La "Enriqueta" ya no era más que un barco raso, como el del
pontón.
Pero aquel día se divisó la costa irlandesa y el faro de Falsenet.
Sin embargo, a las diez de la noche, el buque no se encontraba aún más que enfrente de
Queenstown. ¡Faltaban veinticuatro horas para el plazo, y era precisamente el tiempo que se
necesitaba para llegar a Liverpool, aun marchando a todo vapor, el cual iba a faltar también!
-Señor -le dijo entonces el capitán Speedy, que había acabado por interesarse en sus
proyectos-, siento mucho lo que os suceue. Todo conspira contra vos. Todavía no estamos
más que a la altura de Queenstown.
-¡Ah! -dijo mist