Test Drive | Page 105

no hizo caso. Y ahora, ¿qué partido iba a tomar Phileas Fogg? Era difícil imaginario. Parece, sin embargo, que el flemático gentleman había adoptado una resolución, porque aquella misma tarde hizo venir al maquinista y le dijo: -Activad los fuegos haciendo rumbo hasta agotar completamente el combustible. Algunos momentos después, la chimenea de la "Enriqueta" vomitaba torrenes de humo. Siguió, pues, el buque marchando a todo vapor; pero dos días después, el 18, el maquinista dio parte, según lo había anunciado, que faltaría aquel día el carbón. -Que no se amortigüen los fuegos -respondió Fogg-. Al contrario. Cárguense las válvulas. Aquel día, a cosa de las doce, después de haber tomado altura y calculado la posición del buque, Phileas Fogg llamó a Picaporte y le dio orden de ir a buscar al capitán Speedy. Era esto como mandarle soltar un tigre, y bajó por la escotilla diciendo: -Estará indudablemente hidrófobo. En efecto, algunos minutos más tarde, llegaba a la toldilla una bomba con gritos e imprecaciones. Esa bomba era el capitán Speedy, y era claro que iba a estallar. -¿Dónde estamos? Tales fueron las primeras palabras que pronunció, entre la sofocación de la cólera, y ciertamente que no lo habría contado, por poco propenso a la apoplejía que hubiera sido. -¿Donde estamos? -repitió con el rostro congestionado. -A setecientas setenta millas de Liverpool -respondió mister Fogg, con imperturbable calma. -¡Pirata! -exclamó Andrés Speedy. -Os he hecho venir para... -¡Filibustero! -Para rogaros que me vendáis vuestro buque. -¡No, por mil pares de demonios, no! -¡Es que voy a tener que quemarlo! -¡Quemar mi buque! -Sí, todo lo alto, porque estamos sin combustible. -¡Quemar mi buque! ¡Un buque que vale cincuenta mil dólares! -Aquí tenéis sesenta mil -respondió Phileas Fogg, ofreciendo al capitán un paquete de billetes. Esto hizo un efecto prodigioso sobre Andrés Speedy. No se puede ser americano sin que la vista de sesenta mil dólares cause alguna sensación. El capitán olvidó por un momento la cólera, su encierro y todas las quejas contra el pasajero. ¡Su buque tenía veinte años, y este negocio podía hacerlo de oro! La bomba ya no podía estallar, porque mister Fogg te había quitado la mecha. -¿Y me quedaré el casco de hierro? ---dijo el capitán con tono singularmente suavizado. -El caso de hierro y la máquina. ¿Es cosa concluida? -Concluida. Y Andrés Speedy, tomando el paquete de billetes, los contó, haciéndolos desaparecer en el bolsillo. Durante esta escena, Picaporte estaba descolorido. En cuanto a Fix, por poco le da un ataque se sangre. ¡Cerca de veinte mil libras gastadas, y aún dejaba Fogg al vendedor el casco y la máquina; es decir, casi el valor total del buque! Es verdad que la suma robada al Banco ascendía a cincuenta y cinco mil libras. Después de haberse metido el capitán el dinero en el bolsillo, le dijo mister Fogg: -No os asombréis de todo esto, porque habéis de saber que pierdo veinte mil libras si no estoy en Londres el 21 a las ocho y cuarenta y cinco minutos de la noche. No llegué a tiempo Página 105