El 13 doblaron la punta del banco de Terranova, paraje muy malo en invierno, sobre todo
cuando las brumas son frecuentes y los chubascos temibles. Desde la víspera, el barómetro,
que bajó bruscamente, daba indicios de un próximo cambio en la atmósfera. Durante la noche,
la temperatura se modificó y el frío fue más intenso, saltando al propio tiempo el viento al
Sureste.
Era un contratiempo. Mister Fogg, para no apartarse de su rumbo, recogió velas y forzó
vapor; pero, a pesar de todo, la marcha se amortiguó a consecuencia de la marejada, que
comunicaba al buque movimientos muy violentos de cabeceo, en detrimento de la velocidad.
La brisa se iba convirtiendo en huracan, y ya se preveía el caso en que la "Enriqueta" no
podría aguantar. Ahora bien; si era necesario huir, no quedaba otro arbitrio que lo
desconocido con toda su mala suerte.
El semblante de Picaporte se nubló al mismo tiempo que el cielo, y durante dos días sufrió
el honrado muchacho mortales angustias; pero Phileas Fogg era audaz marino, y como sabía
hacer frente al mar, no perdió rumbo, ni aun disminuyó la fuerza del vapor. La "Enriqueta",
cuando no podía elevarse sobre la ola, la atravesaba, y su puente quedaba barrido, pero
pasaba. Algunas veces la hélice también salía fuera de las aguas, batiendo el aire con sus
enloquecidas alas, cuando alguna montaña de agua levantaba la popa; pero el buque iba
siempre avanzando.
El viento, sin embargo, no arreció todo lo que hubiese podido temerse. No fue uno de esos
huracaes que pasan con velocidad de noventa millas por hora. No pasó de una fuerza regular;
mas, por desgracia, sopló con obstinación por el Sureste, no permitiendo utilizar el velamen, y
eso que, como vamos a verlo, hubiera sido muy conveniente acudir en ayuda del vapor.
El 16 de diciembre no había todavía retraso de cuidado, porque era el día septuagésimo
quinto desde la salida de Londres. La mitad de la travesía estaba hecha ya, y ya habían
quedado atrás los peores parajes. En verano se hubiera podido responder del éxito, pero en
invierno se estaba a merced de los temporales. Picaporte abrigaba alguna esperanza, y si el
viento faltaba, al menos contaba con el vapor.
Precisamente aquel día, el maquinista tuvo sobre cubierta alguna conversación viva con
mister Fogg.
Sin saber por qué, y por presentimiento, Picaporte experimentó viva inquietud. Hubiera
dado una de sus orejas por oír con la otra lo que decían. Pudo al fin recoger algunas palabras,
y entre otras, las siguientes, pronunciadas por su amo:
-¿Estáis cierto de lo que aseguráis?
-Seguro, señor. No olvidéis que, desde nuestra salida, estamos caldeando con todas las
hornillas encendidas, y si tenemos bastante carbón para ir a poco vapor de Nueva York