Se había pronunciado su sentencia, y a mí ya sólo me quedaba lamentarme y tener paciencia.
Permanecí sentado a la cabecera de su lecho, mirándolo; tenía los ojos cerrados, y pensé que dormía.
De pronto, con voz apagada, me llamó, indicándome que me acercara, y dio:
––Me abandonan las fueras en las que confiaba. Presiento que pronto habré de morir, y él, mi
enemigo y verdugo, está aún con vida. No piense, Walton, que en mis últimos instantes mi alma reuma
todavía el punzante odio y la sed de venganza que días pasados le manifesté, pero creo que estoy
justificado al desear la muerte de mi adversario. Durante estos días he meditado sobre mis acciones
pasadas y no hallo en ellas nada reprensible; en un ataque de loco entusiasmo creé una criatura
racional, y tenía para con él el deber de asegurarle toda la felicidad y bienestar que me fuera posible
darle. Esta era mi obligación, pero había otra superior. Mis obligaciones para con mis semejantes
debían tener prioridad, puesto que suponían una mayor proporción de felicidad o desgracia.
Impulsado por esta creencia, me negué, e hice bien, a crearle una compañera al primer ser. Dio
pruebas entonces de una maldad y un egoísmo sin precedentes: asesinó a mis seres más queridos; se
consagró a la destrucción de personas llenas de delicadeza, sabiduría y bondad; e ignoro dónde
terminará esta sed de venganza. Desgraciado como es, debe morir a fin de que no pueda hacer
desgraciados a los demás. La tarea de su destrucción me había sido encomendada a mí, pero he
fracasado. Empujado por motivos egoístas e insanos, le pedí a usted que completara mi labor; ahora,
empujado únicamente por la razón y la virtud, se lo reitero.
»Sin embargo no puedo pedirle que renuncie a su país y a sus amigos para llevar a cabo esta labor;
y ahora, que regresa a Inglaterra, tendrá pocas ocasiones de encontrarse con él. Pero dejo en sus
manos el reflexionar sobre estos puntos, y el determinar lo que usted considere que es su deber. La
proximidad de la muerte turba mis pensamientos y mi razón, y no me atrevo a pedirle que haga lo que
yo considero justo, pues puedo estar cegado por la Pasión.
»Me inquieta el que siga con vida y sea un instrumento de maldad; y sin embargo, esta hora, en la
que aguardo que cada instante me traiga la liberación, es la única en la que durante muchos años he
sido feliz. Pasan ante mí los espíritus de aquellos a los que tanto quise, y corro hacia ellos. ¡Adiós,
Walton! Busque la felicidad en la paz y, evite la ambición, aun aquella, inofensiva en apariencia, de
distinguirse por sus descubrimientos científicos. ¿Mas por qué hablo así?; yo he visto truncadas mis
esperanzas, pero otro puede triunfar.
La voz se le iba apagando a medida que hablaba; y finalmente, vencido por el esfuerzo, se acalló
del todo. Media hora más tarde intentó volver a hablar pero no pudo; oprimió mi mano débilmente, y
sus ojos se cerraron para siempre, mientras sus labios esbozaron una débil sonrisa.
Margaret, ¿qué puedo decir sobre la prematura muerte de esta magnífica persona? ¿Qué puedo
decir para que entiendas lo profundo de mi pesar? Todo lo que diera sería pobre e inadecuado. Las
lágrimas abrasan mis mejillas; y una nube de desilusión nubla mi mente. Pero navego rumbo a
Inglaterra, y allí quizá encuentre un consuelo.
Me interrumpen. ¿Qué significan estos ruidos? Es medianoche; la brisa sopla suavemente y, en
cubierta, los hombres de guardia no se mueven. De nuevo el ruido; parece la voy de un hombre, pero
mucho más ronca; viene del camarote donde reposan los restos de Frankenstein. Debo levantarme a
ver qué sucede. Buenas noches, hermana mía.
¡Dios mío!, ¡qué escena acaba de tener lugar! Todavía estoy aturdido con el recuerdo. Apenas sé si
tendré fueras para contarla; mas el relato que he anotado quedaría incompleto sin referir esta última
y soberbia catástrofe.
Entré en el camarote donde yacían los restos de mi malhadado y admirable amigo. Sobre él se
inclinaba un ser para cuya descripción no tengo palabras; era de estatura gigantesca, pero de
constitución deforme y tosca. Agachado sobre