Test Drive | Page 73

instantes, y vi los peces jugando en el agua igual que lo habían hecho pocas horas antes bajo la mirada de Elizabeth. Nada hay tan doloroso para la mente humana como un cambio brusco y profundo. Podía brillar el sol, o las nubes ensombrecer el cielo; para mí ya nada podía volver a ser lo mismo que el día anterior. Un infame me había arrebatado todas mis esperanzas de felicidad. No habrá habido jamás criatura tan desgraciada como yo; suceso tan espeluznante es único en la historia del hombre. Pero para qué narrar los acontecimientos que siguieron a esta tragedia. El horror ha llenado toda mi vida; había llegado al punto culminante del sufrimiento, y lo que resta no puede más que aburrirle. Uno a uno me fueron arrebatados aquellos a quienes amaba; y me quedé solo. No tengo ya fuerzas; y explicaré lo que queda de mi horrenda narración en pocas palabras. Llegué a Ginebra. Mi padre y Ernest aún vivían; pero el primero se hundió ante la trágica nueva que traía. ¡Cómo le recuerdo!, ¡padre bondadoso y amable!; la luz huyó de sus ojos, pues habían perdido a aquella a quien adoraban: Elizabeth, su sobrina, más que una hija para él, a la cual quería con todo el cariño que siente un hombre que, próximo el fin de sus días, y teniendo pocos seres a quienes dedicar su afecto, se aferra con mayor intensidad a aquellos que le quedan. ¡Maldito, maldito villano que llenó de tristeza sus canas y le hizo morir de dolor! No podía vivir bajo el tormento de los horrores que se acumulaban en torno suyo; sufrió una hemorragia cerebral, y murió en mis brazos al cabo de unos días. ¿Qué fue entonces de mí? No lo sé; perdí la noción de todo, y me vi envuelto en cadenas y tinieblas. Soñaba, a veces, que con los amigos de juventud vagaba por alegres valles y prados llenos de flores; pero despertaba una y otra vez en la misma celda. A esto seguía la melancolía, pero poco a poco fui cobrando una idea exacta de mis aflicciones y de mi situación, y por fin me liberaron. Me habían creído loco y, como supe más tarde, durante muchos meses estuve encerrado en una celda solitaria. Pero la libertad hubiera sido un fútil regalo, si al recobrar la razón no hubiera recobrado a la vez un deseo de venganza. Así que iba recuperando el recuerdo de mis desdichas, empe