embargo, en una ocasión el lugarteniente le preguntó que por qué había llegado tan lejos por el hielo
en un vehículo tan extraño.
Una expresión de dolor le cubrió el rostro de inmediato; y respondió:
––Voy en busca de alguien que huyó de mí.
¿Y el hombre a quien perseguía viajaba de manera semejante?
––Sí.
–Entonces pienso que lo hemos visto, pues el día antes de recogerlo a usted vimos unos perros
tirando de un trineo, en el cual iba un hombre. Esto despertó la atención del extranjero, e hizo
múltiples preguntas acerca de la dirección que había tomado aquel demonio, como él le llamó. Al
poco rato, cuando se hallaba solo conmigo, dio:
––Sin duda he despertado su curiosidad, así como la de esta buena gente, aunque es usted
demasiado discreto como para hacerme ninguna pregunta.
––Sería impertinente e inhumano por mi parte él molestarlo con ellas.
Y no obstante ––prosiguió––, me rescató usted de una extraña y peligrosa situación. Usted me ha
devuelto generosamente la vida.
Poco después de esto quiso saber si yo creía que el hielo, al resquebrajarse, habría destruido el
otro trineo. Le contesté que no podía responderle con ninguna certeza, ya que el hielo no se había
roto hasta cerca de medianoche, y el viajero podía haber llegada a algún lugar seguro con
anterioridad. Me era imposible aventurar juicio alguno.
A partir de este momento el extranjero demostró gran interés por estar en cubierta, para vigilar la
aparición del otro trineo. He conseguido persuadirlo de que permanezca en el camarote, pues está
aún demasiado débil para soportar las inclemencias del tiempo, pero le he prometido que alguien
oteará en su lugar y lo avisará en cuanto aparezca cualquier objeto nuevo a la vista.
Por lo que respecta a este extraño incidente, éste es mi diario hasta el momento. La salud de
nuestro huésped ha ido mejorando gradualmente, pero apenas habla, y parece inquietarse cuando
alguien que no sea yo entra en su camarote. Sin embargo, sus modales son tan conciliadores y
delicados, que todos los marineros se interesan por su estado, a pesar de no haber tenido apenas
relación con él. Por mi parte, empiezo a quererlo como a un hermano, y su constante y profundo
pesar me llena de piedad y simpatía. Debe haber sido una persona muy noble en otros tiempos, ya
que, deshecho como está ahora, sigue siendo tan interesante y amable.
Te decía en una de mis cartas, querida Margaret, que no hallaría ningún amigo en el vasto océano,
pero he encontrado un hombre a quien, antes de que la desgracia quebrara su espíritu, me hubiera
gustado tener por hermano.
De tener nuevos incidentes que relatar respecto del extranjero, continuaré a intervalos mi diario.
13 de agosto de 17...
El afecto que siento por mi invitado aumenta cada día. Suscita a la vez mi piedad y mi admiración
hasta extremos asombrosos. ¿Cómo puedo ver a tan noble criatura destruida por la miseria sin sentir
el dolor más acuciante? Es tan dulce y a la vez tan sabio; tiene la mente muy cultivada, y cuando
habla, si bien escoge las palabras cuidadosamente, éstas fluyen con una rapidez y elocuencia poco
frecuentes.
Está muy restablecido de su enfermedad, y pasea continuamente por la cubierta, vigilando la
aparición del trineo que precedió al suyo. Sin embargo, aunque apenado, no está tan sumido en su
propia desgracia como para no interesarse profundamente por los quehaceres de los demás. Me ha
hecho muchas preguntas respecto a mis propósitos y yo le he contado mi pequeña historia con toda
sinceridad. Pareció alegrarle mi franqueza, y me sugirió varios cambios en mis planes, que
encontraré sumamente útiles. No hay pedantería en su ademán, sino que más bien todo lo que hace
parece brotar tan sólo del interés que instintivamente siente por el bienestar de todos los que lo
rodean. A menudo le invade la tristeza y entonces se sienta sólo e intenta superar todo lo que de hosco
y antisocial hay en su humor. Estos paroxismos pasan, como una nube por delante del sol, si bien su
abatimiento nunca le abandona. Me he esforzado por granjearme su confianza y espero haber tenido
éxito. Un día le mencioné mi eterno deseo de encontrar un amigo que pudiera simpatizar conmigo y
orientarme con su consejo. Le dije que no pertenecía a la clase de hombres a quienes un consejo
puede ofender.
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