Test Drive | 页面 67

luz que penetraba la proporcionaban dos ojos clavados en mí. A veces eran los expresivos ojos de Henry, apagados por la muerte, las negras órbitas casi ocultas por los párpados, bordeados de largas pestañas oscuras; otras eran los acuosos ojos del monstruo, tal como los vi la primera vez en mi cuarto de Ingolstadt. Mi padre intentaba despertar en mí sentimientos de afecto. Hablaba de Ginebra, donde pronto llegaríamos, de Elizabeth, de Ernest; pero la mención de estos nombres sólo lograba arrancarme profundos suspiros. Había veces en que deseaba ser feliz, y pensaba con melancólica dicha en mi hermosa prima; o añoraba, con una desesperada nostalgia, ver de nuevo el lago azul y el veloz Ródano que tanto había querido en mi juventud; pero mi estado general era de apatía, y tanto me daba la cárcel como el más maravilloso paisaje de la naturaleza; y estos ataques de pesimismo sólo se veían interrumpidos por el paroxismo de la angustia y la desesperación. En aquellos momentos, con frecuencia intentaba poner fin a esa existencia que tanto odiaba; y se precisaron un cuidado y una vigilancia continuos para impedir que cometiera algún acto de violencia. Recuerdo que, al abandonar la cárcel, oí decir a uno de los hombres: ––Puede que sea inocente del crimen, ¡pero está claro que tiene mala conciencia! Estas palabras se me quedaron grabadas. ¡Mala conciencia!, era cierto. William, Justine, Clerval habían muerto víctimas de mis infernales maquinaciones. ––¿Y cuál será la muerte que ponga fin a esta tragedia? ––grité––. Padre, no permanezcamos más tiempo en este horrible país; llévame donde pueda olvidarme de mí mismo, de mi propia existencia, del mundo entero. Mi padre accedió gustoso a mis deseos; y, tras despedirnos del señor Kirwin, partimos para Dublín. Me sentía como si me hubieran aligerado de un terrible peso cuando, con viento favorable, la embarcación dejó Irlanda atrás, y abandoné para siempre el país que había sido el escenario de tantas tristezas. Era media noche. Mi padre dormía en el camarote, y yo estaba tumbado