luz que penetraba la proporcionaban dos ojos clavados en mí. A veces eran los expresivos ojos de
Henry, apagados por la muerte, las negras órbitas casi ocultas por los párpados, bordeados de largas
pestañas oscuras; otras eran los acuosos ojos del monstruo, tal como los vi la primera vez en mi cuarto
de Ingolstadt.
Mi padre intentaba despertar en mí sentimientos de afecto. Hablaba de Ginebra, donde pronto
llegaríamos, de Elizabeth, de Ernest; pero la mención de estos nombres sólo lograba arrancarme
profundos suspiros. Había veces en que deseaba ser feliz, y pensaba con melancólica dicha en mi
hermosa prima; o añoraba, con una desesperada nostalgia, ver de nuevo el lago azul y el veloz Ródano
que tanto había querido en mi juventud; pero mi estado general era de apatía, y tanto me daba la cárcel
como el más maravilloso paisaje de la naturaleza; y estos ataques de pesimismo sólo se veían
interrumpidos por el paroxismo de la angustia y la desesperación. En aquellos momentos, con frecuencia intentaba poner fin a esa existencia que tanto odiaba; y se precisaron un cuidado y una vigilancia
continuos para impedir que cometiera algún acto de violencia.
Recuerdo que, al abandonar la cárcel, oí decir a uno de los hombres:
––Puede que sea inocente del crimen, ¡pero está claro que tiene mala conciencia!
Estas palabras se me quedaron grabadas. ¡Mala conciencia!, era cierto. William, Justine, Clerval
habían muerto víctimas de mis infernales maquinaciones.
––¿Y cuál será la muerte que ponga fin a esta tragedia? ––grité––. Padre, no permanezcamos más
tiempo en este horrible país; llévame donde pueda olvidarme de mí mismo, de mi propia existencia,
del mundo entero.
Mi padre accedió gustoso a mis deseos; y, tras despedirnos del señor Kirwin, partimos para Dublín.
Me sentía como si me hubieran aligerado de un terrible peso cuando, con viento favorable, la
embarcación dejó Irlanda atrás, y abandoné para siempre el país que había sido el escenario de tantas
tristezas.
Era media noche. Mi padre dormía en el camarote, y yo estaba tumbado