––Estas dudas son mil veces más horribles que la peor noticia. Dígame cuál ha sido la siguiente
muerte que ha habido y qué debo llorar.
––Su familia se encuentra bien ––dijo el señor Kirwin con dulzura––; y alguien, un amigo, ha
venido a visitarlo.
No sé qué asociación de ideas me hizo pensar que el asesino había venido a burlarse de mis
desgracias y a utilizar la muerte de Clerval de señuelo para que accediera a sus diabólicos deseos.
Tapándome la cara con las manos, exclamé con desesperación:
––¡Lléveselo! No quiero verlo. Por el amor de Dios, que no entre.
El señor Kirwin me miró sorprendido. No podía por menos de considerar mi arrebato como prueba
de mi culpabilidad, y con tono severo dijo:
––Joven, hubiera creído que la presencia de su padre lo agradaría, en lugar de inspirarl H[