Test Drive | Page 62

juntos hiciéramos planes para continuar nuestro viaje. Esta carta me hizo, en parte, volver a la realidad, y decidí que me iría de la isla a los dos días. Pero, antes de partir, me esperaba una tarea que me producía escalofríos sólo de pensar en ello: tenía que empaquetar mis instrumentos de química, para lo cual era preciso que entrara en la habitación donde había llevado a cabo mi odioso trabajo, y tenía que tocar aquellos instrumentos, cuya simple vista me producía náuseas. Cuando amaneció, al día siguiente, me armé de valor y abrí la puerta del laboratorio. Los restos de la criatura a medio hacer que había destruido estaban esparcidos por el suelo y casi tuve la sensación de haber mutilado la carne viva de un ser humano. Me detuve para sobreponerme, y entré en el cuarto. Con manos temblorosas saqué los instrumentos de allí; pero pensé que no debía dejar los restos de mi obra, que llenarían de horror v sospechas a los campesinos. Por tanto, los metí en una cesta, junto con un gran número de piedras, y, apartándola, decidí arrojarla al mar aquella misma noche; en espera de lo cual me fui a la playa a limpiar mi material. Desde la noche en que apareciera aquel diablo, mis sentimientos habían cambiado totalmente. Hasta entonces pensaba en mi promesa con profunda desesperación y la consideraba como algo que debía cumplir, cualesquiera que fueran las consecuencias. Pero ahora me parecía como si me hubieran quitado una venda de delante de los ojos y que, por primera vez, veía las cosas con claridad. Ni por un instante se me ocurrió reanudar mi tarea; la amenaza que había oído pesaba en mi mente, pero no creía que un acto voluntario por mi parte consiguiera anularla. Tenía muy presente que, de crear otro ser tan malvado como el que ya había hecho, estaría cometiendo una acción de indigno y atroz egoísmo, y apartaba de mis pensamientos cualquier idea que pudiera llevarme a variar mi decisión. La luna salió entre las dos y las tres de la madrugada; metí el cesto en un bote, y me adentré en el mar unas millas. El lugar estaba_ completamente solitario; unas cuantas barcas volvían hacia la isla, pero yo navegaba lejos de ellas. Me sentía como si fuera a cometer algún terrible crimen y quería evitar cualquier encuentro. De repente, la luna, que hasta entonces había brillado clarísima, se ocultó tras una espesa nube, v aproveché el momento de tinieblas para arrojar mi cesta al mar; escuché el gorgoteo que hizo al hundirse y me alejé. El cielo se ensombreció; pero el aire era límpido aunque fresco, debido a la brisa del noreste que se estaba levantando. Me invadió una sensación tan agradable, que me animó y decidí demorar mi regreso a la isla; sujeté el timón en posición recta, y me tumbé en el fondo de la barca. Las nubes ocultaban la luna, todo estaba oscuro, y sólo se oía el ruido de la barca cuando la quilla cortaba las olas; el murmullo me arrullaba, y pronto me quedé profundamente dormido. No sé el tiempo que transcurrió, pero cuando me desperté vi que el sol ya estaba alto. Se había levantado un vient