––¡Aléjate! Efectivamente rompo mi promesa; jamás crearé otro ser como tú, semejante en
deformidad y vileza.
Esclavo, antes intenté razonar contigo, pero te has mostrado inmerecedor de mi condescendencia.
Recuerda mi fuerza; te crees desgraciado, pero puedo hacerte tan infeliz que la misma luz del día te
resulte odiosa. Tú eres mi creador, pero yo soy tu dueño: ¡obedece!
La hora de mi debilidad ha pasado, y con ella la de tu poder. Tus amenazas no me obligarán a
cometer tamaña equivocación; más bien me confirman en mi propósito de no crear una compañera
para tus vicios. ¿Querrías que, a sangre fría, infectara la Tierra con otro demonio que se complaciera
con la muerte y la desgracia? ¡Aléjate! Estoy decidido, y. con tus palabras sólo acrecentarás mi cólera.
El monstruo vio la determinación en mi rostro y rechinó los dientes con rabia imponente.
––¿Encontrará todo hombre ––gritó–– esposa, todo animal su hembra mientras yo he de permanecer
solo? Tenía sentimientos de afecto, que el desprecio y el odio anularon en mí. Mortal, podrás odiar,
pero ¡ten cuidado! Pasarás tus horas preso de terror y tristeza, y pronto caerá sobre ti el golpe que te ha
de robar para siempre la felicidad. ¿Acaso piensas que puedes ser feliz mientras yo me arrastro bajo el
peso de mi desdicha? Podrás destrozar mis otras pasiones; pero queda mi venganza, una venganza que
a partir de ahora me será más querida que la luz o los alimentos. Podré morir, pero antes, tú, mi tirano
y verdugo, maldecirás el sol que alumbra tus desgracias. Ten cuidado; pues no conozco el miedo y
soy, por tanto, poderoso. Vigilaré con la astucia de la serpiente, y con su veneno te morderé. ¡Mortal!,
te arrepentirás del daño que me has hecho.
––Calla, diablo, y no envenenes el aire con tus malvados ruidos. Te he comunicado mi decisión, y
no soy un cobarde al que puedas convencer con tus amenazas. Déjame; soy implacable.
––Bien. Me iré; pero recuerda: estaré a tu lado en tu noche de bodas.
Abalanzándome sobre él, grité:
––¡Miserable! Antes de firmar mi sentencia de muerte asegúrate de que tú estás a salvo.
Hubiera querido atacarlo; pero me esquivó, y salió de la casa con rapidez. Al cabo de pocos instantes
lo vi en la barca cruzando las aguas como una saeta, y pronto se perdió entre las olas.
Volvió a reinar el silencio; pero sus palabras seguían resonando en mis oídos. Me consumía el deseo
de perseguir al asesino de mi tranquilidad y h չ