Test Drive | Page 60

Una noche me encontraba sentado en mi laboratorio; el sol se había puesto, y la luna empezaba a asomar por entre las olas; no tenía suficiente luz para seguir trabajando y permanecía ocioso, preguntándome si debía dar por terminada la jornada o, por el contrario, hacer un esfuerzo y continuar mi labor y acelerar así su final. Al meditar sobre esto, allí sentado, se me fueron ocurriendo otros pensamientos y me hicieron considerar las posibles consecuencias de mi obra. Tres años antes me encontraba ocupado en lo mismo, y había creado un diabólico ser cuya incomparable maldad me había destrozado el corazón y llenado de amargos remordimientos. Y ahora estaba a punto de crear otro ser, una mujer, cuyas inclinaciones desconocía igualmente; podía incluso ser diez mil veces más diabólica que su pareja y disfrutar con el crimen por el puro placer de asesinar. El había jurado que abandonaría la vecindad de los hombres, y que se escondería en los desiertos, pero ella no; ella, que con toda probabilidad podría ser un animal capaz de pensar y razonar, quizá se negase a aceptar un acuerdo efectuado antes de su creación. Incluso podría ser que se odiasen; la criatura que ya vivía aborrecía su propia fealdad, y ¿no podía ser que la aborreciera aún más cuando se viera reflejado en una versión femenina? Quizá ella también lo despreciara y buscara la hermosura superior del hombre; podría abandonarlo y él volvería a encontrarse solo, más desesperado aún por la nueva provocación de verse desairado por una de su misma especie. Y aunque abandonaran Europa, y habitaran en los desiertos del Nuevo Mundo, una de las primeras consecuencias de ese amor que tanto ansiaba el vil ser serían los Z