Test Drive | Page 55

viajaría a Estrasburgo, donde me reuniría con Clerval. Estaríamos una corta temporada en Holanda, pero la mayor parte del tiempo lo pasaríamos en Inglaterra. El regreso lo haríamos por Francia; y acordamos que el viaje duraría dos años. Mi padre se consolaba con el pensamiento de que mi boda con Elizabeth tendría lugar en cuanto volviera a Ginebra. ––Estos dos años pasarán muy deprisa ––dijo––, y será la última demora que se interponga en el camino de tu felicidad. Espero con impaciencia la llegada del momento en que estemos todos unidos y ningún temor altere nuestra paz familiar. ––Estoy de acuerdo con tu proyecto le contesté––. Dentro de dos años tanto Elizabeth como yo seremos más maduros, y espero que más felices de lo que ahora somos. Suspiré; pero mi padre, delicadamente, se abstuvo de hacerme más preguntas respecto de las causas de mi pesadumbre. Esperaba que el cambio de ambiente y la distracción del viaje me devolvieran la tranquilidad. Empecé, pues, a preparar mi marcha; pero me obsesionaba un pensamiento que me llenaba de angustia y temor. Durante mi ausencia, mi familia seguiría ignorando la existencia de su enemigo, y quedaría a merced de sus ataques caso de que él, irritado por mi viaje, se lanzara contra ellos. Pero había prometido seguirme donde quiera que fuera; así que ¿no vendría tras de mí a Inglaterra? Este pensamiento era terrorífico en sí mismo, pero reconfortante, en cuanto que suponía que los míos estarían a salvo. Me torturaba la idea de que sucediera lo contrario de esto. Pero durante todo el tiempo que fui esclavo de mi criatura siempre me dejé guiar por los impulsos del momento; y en ese instante tenía la seguridad de que me perseguiría, y, por tanto, mi familia quedaría libre del peligro de sus maquinaciones. Partí hacia mis dos años de exilio a finales de agosto. Elizabeth aprobaba los motivos de mi marcha, y sólo lamentaba el no tener las mismas oportunidades que yo para ampliar su campo de experiencia y cultivar su mente. Lloró al despedirme, y me rogó que retornara feliz y en paz conmigo mismo. ––Todos confiamos en ti ––dijo––; y si tú estás apenado, ¿cuál puede ser nuestro estado de ánimo? Me metí en el carruaje que debía alejarme de los míos, apenas sin saber adónde me dirigía, e importándome poco lo que sucedía a mi alrededor. Sólo recuerdo que, con inmensa amargura, pedí que empaquetaran el instrumental químico que quería llevarme conmigo, pues