me sentía contento. Tumbado en el fondo de la barca, miraba el límpido cielo azul, y parecía imbuirme
de una tranquilidad que hacía mucho no sentía. Si éstas eran mis sensaciones, ¿cómo explicar las de
Henry? Se creía transportado a un país de hadas, y sentía una felicidad poco común en el hombre.
––He visto ––decía–– los parajes más hermosos de mi país; conozco los lagos de Lucerna y Uri,
donde las nevadas montañas entran casi a pico en el agua, proyectando oscuras e impenetrables
sombras que, de no ser por los verdes islotes que alegran la vista, parecerían lúgubres y tenebrosos; he
visto también agitarse este lago con una tempestad, cuando el viento arremolinaba las aguas, dando
una idea de lo que puede ser una tromba marina en el inmenso océano; he visto las olas estrellarse con
furia al pie de las montañas, donde cayó la avalancha sobre el cura y su amante, cuyas moribundas
voces, se dice, todavía se oyen cuando se acallan los vientos; he visto las montañas de Valais y las del
país de Vaud, pero este país, Víctor, me gusta mucho más que todas aquellas maravillas. Las montañas
de Suiza son más majestuosas y extrañas; pero hay un encanto especial en las márgenes de este río tan
divino, que no es comparable a nada. Mira ese castillo que domina aquel precipicio; y ese en aquella
isla, casi oculto por el follaje de los hermosos árboles; y ese grupo de trabajadores que vienen de sus
viñedos; y esa aldea medio oculta por los pliegues de la montaña. Sin duda, los espíritus que habitan y
cuidan de este lugar tienen un alma más comprensiva para con el hombre que aquellos que pueblan el
glaciar o que se refugian en las cimas inaccesibles de las montañas de nuestro país.
¡Clerval!, ¡amigo del alma!, incluso ahora me llena de satisfacción recordar tus palabras y dedicarte
los elogios que tan merecidos tienes. Era un ser que se había educado en «la poesía de la naturaleza».
Su desbordante y entusiasta imaginación se veía matizada por la gran sensibilidad de su espíritu. Su
corazón rezumaba afecto, y su amistad era de esa naturaleza fiel y maravillosa que la gente de mundo
se empeña en hacernos creer que sólo existe en el reino de lo imaginario. Pero ni siquiera la
comprensión y el cariño humanos bastaban para satisfacer su ávida mente. El espectáculo de la
naturaleza, que en otros despierta simplemente admiración, era para él objeto de una pasión ardiente:
La sonora catarata
Le obsesionaba como una pasión: la erguida roca,
La montaña, y el bosque sombrío y tupido,
Sus formas y colores, eran para él
Un deseo; un sentimiento, y un amor,
Que no necesitaba de otros encantos remotos,
Que el pensamiento puede proporcionar, u otro atractivo
Que los ojos jamás vieron.
¿Y dónde está ahora? ;Se ha perdido para siempre este ser tan dulce y hermoso? ¿Ha perecido esta
mente tan repleta de pensamientos, de magníficas y caprichosas fantasías que formaban un mundo
cuya existencia dependía de la vida de su creador? ¿Existe ahora sólo en mi recuerdo? No, no puede
ser; aquel cuerpo, tan perfectamente modelado, que irradiaba hermosura, se ha descompuesto, pero su
espíritu sigue alentando y visitando a su desdichado amigo.
Perdóneme usted este arranque de dolor; estas pobres palabras son tan sólo un insignificante tributo
a la inapreciable valía de Henry, pero calman mi corazón, tan angustiado por su recuer ˈ