––Tengo la intención de razonar contigo. Esta rabia me es perjudicial, pues tú no entiendes que eres
el culpable. Si alguien tuviera para conmigo sentimientos de benevolencia, yo se los devolvería
centuplicados; conque existiera este único ser, sería capaz de hacer una tregua con toda la humanidad.
Pero ahora me recreo soñando dichas imposibles. Lo que te pido es razonable y justo; te exijo una
criatura del otro sexo, tan horripilante como yo: es un consuelo bien pequeño, pero no puedo pedir
más, y con eso me conformo. Cierto es que seremos monstruos, aislados del resto del mundo, pero eso
precisamente nos hará estar más unidos el uno al otro. Nuestra existencia no será feliz, pero sí
inofensiva, y se hallará exenta del sufrimiento que ahora padezco. ¡Creador mío!, hazme feliz; dame la
oportunidad de tener que agradecer un acto bueno para conmigo; déjame comprobar que inspiro la
simpatía de algún ser humano; no me niegues lo que te pido.
Me convenció. Sentía escalofríos al pensar en las posibles consecuencias que se derivarían si accedía
a su petición, pero pensaba que su argumento no estaba del todo falto de justicia. Su narración, y los
sentimientos que ahora expresaba, demostraban que era una criatura de sentimientos elevados, y no le
debía yo, como su creador, toda la felicidad que pudiera proporcionarle? El advirtió el cambio que
experimentaban mis sentimientos y continuó:
Si accedes, ni tú ni ningún otro ser humano nos volverá a ver. Me iré a las enormes llanuras de
Sudamérica. Mi alimento no es el mismo que el del hombre; yo no destruyo al cordero o al cabritilla
para saciar mi hambre; las bayas y las bellotas son suficiente alimento para mí. Mi compañera será
idéntica a mí, y sabrá contentarse con mi misma suerte. Hojas secas formarán nuestro lecho; el sol
brillará para nosotros igual que para los demás mortales, y madurará nuestros alimentos. La escena que
te describo es tranquila y humana, y debes admitir que, si te niegas, mostrarías una deliberada crueldad
y tiranía. Despiadado como te has mostrado hasta ahora conmigo, veo sin embargo un destello de
compasión en tu mirada; déjame aprovechar este momento favorable, para arrancarte la promesa de
que harás lo que tan ardientemente deseo.
––Te propones le contesté–– abandonar los lugares donde habita el hombre, y vivir en parajes
inhóspitos donde las bestias serán tus únicas compañeras. ¿Cómo podrás soportar tú este exilio, tú que
ansías el cariño y la comprensión de los hombres? Volverás de nuevo, en busca de su afecto, y te
volverán a despreciar; renacerá en ti la maldad, y entonces tendrás una compañera que te ayudará en tu
labor destructora. No puede ser; deja de insistir porque no puedo acceder.
¡Qué inestables son tus sentimientos! Hace sólo un momento te sentías conmovido, ¿por qué de
nuevo ahora te vuelves atrás y te endureces contra mis súplicas? Te juro, por esta tierra en la que
habito, y por ti, mi creador, que si me das la compañera que te pido, abandonaré la vecindad de los
hombres, y para ello habitaré, si es preciso, los lugares más salvajes de la Tierra. No habrá lugar para
instintos de maldad, pues tendré comprensión, mi vida transcurrirá tranquila y, a la hora de la muerte,
no tendré que maldecir á mi creador.
Sus palabras suscitaron en mí una sensación extraña. Le compadecía, y hasta llegaba en algún
momento a querer consolarlo; pero cuando lo miraba, cuando veía esa masa inmunda que hablaba y se
movía, me invadía la repugnancia, y mis compasivos sentimientos se tornaban en horror y odio.
Intentaba sofocar esta sensación; pensaba que, ya que no podía tenerle ningún afecto, no tenía derecho
a denegarle la pequeña parte de felicidad que estaba en mi mano concederle.
––Juras le dije–– que no causarás más daños; ¿no has demostrado ya un grado de maldad que
debiera, con razón, hacerme desconfiar de ti? ¿No será esto una trampa que aumentará tu triunfo, al
otorgarte mayores posibilidades de venganza?
––¿Pero cómo? Creí haberte conmovido, y, sin embargo, sigues negándote a concederme lo único
que amansaría mi corazón y me haría inofensivo. Si no estoy ligado a nadie ni amo a nadie, el vicio y
el crimen deberán ser, forzosamente, mi objetivo. El cariño de otra persona destruiría la razón de ser
de mis crímenes, y me convertiría en algo cuya existencia todos desconocerían. Mis vicios son los
vástagos de una soledad impuesta y que aborrezco; y mis virtudes surgirían necesariamente cuando
viviera en armonía con un semejante. Sentiría el afecto de otro ser y me incorporaría a la cadena de
existencia y sucesos de la cual ahora quedo excluido.
Reflexioné un rato sobre todo lo que me había dicho y sobre los diversos argumentos que había
esgrimido. Pensé en la actitud prometedora de la que había dado muestras al comienzo de su
existencia, y en la degradación posterior que habían sufrido sus cualidades a causa del desprecio y odio
que sus protectores le demostraron. No olvidé en mis reflexiones su fuerza y sus amenazas; un ser
capaz de habitar en las cuevas de los glaciares, y de zafarse de sus perseguidores entre las crestas de
los abismos inaccesibles, poseía unas facultades con las cuales sería inútil intentar competir. Tras un
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