––Yo también puedo sembrar la desolación; mi enemigo no es invulnerable. Esta muerte le acarreará
la desesperación, y mil otras desgracias lo atormentarán y destrozarán.
Mientras miraba a la criatura, vi un objeto que le brillaba sobre el pecho. Lo cogí; era el retrato de
una hermosísima mujer. A pesar de mi maldad, me ablandó y me sedujo. Durante unos instantes
contemplé los ojos oscuros, bordeados de espesas pestañas, los hermosos labios; pero pronto volvió mi
cólera: recordé que me habían privado de los placeres que criaturas como aquella podían
proporcionarme; y que la mujer que contemplaba, de verme, hubiera cambiado ese aire de bondad
angelical por una expresión de espanto y repugnancia.
¿Te sorprende que semejantes pensamientos me llenaran de ira? Me pregunto cómo, en ese
momento, en vez de manifestar mis sentimientos con exclamaciones y lamentos, no me arrojé sobre la
humanidad, muriendo en mi intento de destruirla.
Poseído de estos pensamientos, abandoné el lugar donde había cometido el asesinato, y buscaba un
lugar más resguardado para esconderme cuando vi a una mujer que pasaba cerca de mí. Era joven,
ciertamente no tan hermosa como aquella cuyo retrato sostenía, pero de aspecto agradable, y tenía el
encanto y frescor de la juventud. «He aquí––pensé––una de esas criaturas cuyas sonrisas recibirán
todos menos yo; no escapará. Gracias a las lecciones de Félix, y a las leyes crueles de la especie
humana, he aprendido a hacer el mal.» Me acerqué a ella sigilosamente, e introduje el retrato en uno de
los. pliegues de su traje.
Vagué durante algunos días por los lugares donde habían sucedido estos acontecimientos. A veces
deseaba encontrarte, otras estaba decidido a abandonar para siempre este mundo y sus miserias. Por fin
me dirigí a estas montañas, por cuyas cavidades he deambulado, consumido por una devoradora pasión
que sólo tú puedes satisfacer. No podemos separarnos hasta que no accedas a mi petición. Estoy solo,
soy desdichado; nadie quiere compartir mi vida, sólo alguien tan deforme y horrible como yo podría
concederme su amor. Mi compañera deberá ser igual que yo, y tener mis mismos defectos. Tú deberás
crear este ser.
Capítulo 9
La criatura terminó de hablar, y me miró fijamente esperando una respuesta. Pero yo me hallaba
desconcertado, perplejo, incapaz de ordenar mis ideas lo suficiente como para entender la
transcendencia de lo que me proponía.
––Debes crear para mí una compañera, con la cual pueda vivir intercambiando el afecto que necesito
para poder existir. Esto sólo lo puedes hacer tú, y te lo exijo como un derecho que no puedes negarme.
La parte final de su narración había vuelto a reavivar en mí la ira que se me había ido calmando
mientras contaba su tranquila existencia con los habitantes de la casita. Cuando dijo esto no pude
contener mi furor.
––Pues sí, me niego ––contesté––, y ninguna tortura conseguirá que acceda. Podrás convertirme en
el más desdichado de los hombres, pero no lograrás que me desprecie a mí mismo. ¿Crees que podría
crear otro ser como tú, para que uniendo vuestras fuerzas arraséis el mundo? ¡Aléjate! Te he
contestado; podrás torturarme, ¡pero jamás consentiré!
––Te equivocas contestó el malvado ser––; pero, en vez de amenazarte, estoy dispuesto a razonar
contigo. Soy un malvado porque no soy feliz; ¿acaso no me desprecia y odia toda la humanidad? Tú,
mi creador, quisieras destruirme, y lo llamarías triunfar. Recuérdalo, y dime, pues, ¿por qué debo tener
yo para con el hombre más piedad de la que él tiene para conmigo? No sería para ti un crimen, si me
pudieras arrojar a uno de esos abismos, y destrozar la obra que con tus propias manos creaste. Debo,
pues, respetar al hombre cuando éste me condena? Que conviva en paz conmigo, y yo, en vez de daño,
le haría todo el bien que pudiera, llorando de gratitud ante su aceptación. Mas no, eso es imposible; los
sentidos humanos son barreras infranqueables que impiden nuestra unión. Pero mi sometimiento no
será el del abatido esclavo. Me vengaré de mis sufrimientos; si no puedo inspirar amor, desencadenaré
el miedo; y especialmente a ti, mi supremo enemigo, por ser mi creador, te juro odio eterno. Ten
cuidado: me dedicaré por entero a la labor de destruirte, y no cejaré hasta que te seque el corazón, y
maldigas la hora en que naciste.
Una ira demoníaca lo dominaba mientras decía esto; tenía la cara contraída con una mueca
demasiado h