Test Drive | Page 49

––Es inútil ––contestó Félix––, no podemos seguir viviendo en su casa. La vida de mi padre corre grave peligro, debido a lo que le acabo de contar. Mi mujer y mi hermana tardarán en recobrarse del susto. No insista, se lo suplico. Recupere su casa y déjeme huir de este lugar. Félix temblaba mientras decía estas palabras. Entró en la casa con su acompañante, donde permanecieron algunos minutos, y luego salieron. No volví a ver a ningún miembro de la familia De Lacey. Permanecí en el cobertizo el resto del día, en un estado de completa desesperación. Mis protectores se habían ido, y con ellos el único lazo que me ataba al mundo. Por primera vez noté que sentimientos de venganza y odio se apoderaban de mí y que no intentaba reprimirlos; dejándome arrastrar por la corriente, permití que pensamientos de muerte y destrucción me invadieran. Cuando pensaba en mis amigos, en la mansa voz de De Lacey, la mirada tierna de Agatha y la belleza exquisita de la joven árabe, desaparecían estos pensamientos, y hallaba en el llanto que me producían un cierto alivio; pero cuando de nuevo pensaba en que me habían abandonado y rechazado, me volvía la ira, una ira ciega y brutal. Incapaz de dañar a los humanos, volví mi cólera contra las cosas inanimadas. Avanzada la noche, coloqué alrededor de la casa diversos objetos combustibles; y, tras destruir todo rastro de cultivo en la huerta, esperé con forzada impaciencia la desaparición de la luna para empezar mi tarea. Así que avanzaba la noche, se levantó un fuerte viento desde el bosque, y pronto se dispersaron las nubes que cubrían el cielo. La ventolera fue aumentando hasta que pareció una imponente avalancha, y produjo en mí una especie de demencia que arrasó los límites de la razón. Prendí fuego a una rama seca, y comencé una alocada danza alrededor de la casa, antes tan querida, los ojos fijos en el oeste, donde la luna comenzaba a rozar el horizonte. Parte de la esfera finalmente se ocultó y blandí mi rama; desapareció por completo, y, con un aullido, encendí la paja, los matorrales y arbustos que había colocado. El viento avivó el fuego, y pronto la casa estuvo envuelta en llamas que la lamían ávidamente con sus destructoras y puntiagudas lenguas de fuego. En cuanto me hube convencido de que no había forma de que se salvara parte alguna de la vivienda, abandoné el lugar, y me adentré en el bosque para buscar cobijo. Ahora que el mundo se abría ante mí, ¿a dónde debía dirigir mis pasos? Decidí huir lejos del lugar de mis infortunios; pero para mí, ser odiado y despreciado, todos los países serían igualmente hostiles. Finalmente, pensé en ti. Sabía por tu diario que eras mi padre, mi creador, y ¿a quién podía dirigirme mejor que a aquel que me había dado la vida? Entre las enseñanzas que Félix le había dado a Safie se incluía también la geografía.