vencido por el dolor y la angustia, abandoné la casa y, al amparo de la confusión general, entré en el
cobertizo sin que me vieran.
Capítulo 8
¡Maldito, maldito creador! ¿Por qué tuve que vivir? ¿Por qué no apagué en ese instante la llama de
vida que tú tan inconscientemente habías encendido? No lo sé; aún no se había apoderado de mí la
desesperación; experimentaba sólo sentimientos de ira y venganza. Con gusto hubiera destruido la casa
y sus habitantes, y sus alaridos y su desgracia me hubieran saciado.
Cuando cayó la noche, salí de mi refugio y vagué por el bosque; y ahora, que ya no me frenaba el
miedo a que me descubrieran, di rienda suelta a mi dolor, prorrumpiendo en espantosos aullidos. Era
como un animal salvaje que hubiera roto sus ataduras; destrozaba lo que se cruzaba en mi camino,
adentrándome en el bosque con la ligereza de un ciervo. ¡Qué noche más espantosa pasé! Las frías
estrellas parecían brillar burlonamente, y los árboles desnudos agitaban sus ramas; de cuando en
cuando el dulce trino de algún pájaro rompía la total quietud. Todo, menos yo, descansaba o gozaba.
Yo, como el archidemonio, llevaba un infierno en mis entrañas; y, no encontrando a nadie que me
comprendiera, quería arrancar los árboles, sembrar el caos y la destrucción a mi alrededor, y sentarme
después a disfrutar de los destrozos.
Pero era una sensación que no podía durar; pronto el exceso de este esfuerzo corp