su criatura, y comprendí que antes de lamentarme de su maldad debía posibilitarle la felicidad. Estos
pensamientos me indujeron a acceder a su súplica. Cruzamos el hielo, por tanto, y escalamos la roca
del fondo. El aire era frío, y empezaba a llover de nuevo. Entramos en la choza; el villano con aire
satisfecho, yo apesadumbrado y desanimado, pero decidido a escucharlo. Me senté cerca del fuego que
mi odioso acompañante había encendido, y comenzó su relato.
Capítulo 3
Recuerdo con gran dificultad el primer período de mi existencia; todos los sucesos se me aparecen
confusos e indistintos. Una extraña multitud de sensaciones se apoderaron de mí y empecé a ver,
sentir, oír y oler, todo a la vez. Tardé mucho tiempo en aprender a distinguir las características de cada
sentido. Recuerdo que, poco a poco, una luminosidad cada vez más fuerte oprimía mis nervios y tuve
que cerrar los ojos. Me sumergí entonces en la oscuridad, y eso me turbó. Pero apenas había notado
esto cuando descubrí que, al abrir los ojos, la luz me volvía a iluminar. Comencé a andar, y creo que
bajé unas escaleras, pero de pronto sentí un enorme cambio. Hasta el momento, me habían rodeado
cuerpos opacos y oscuros, insensibles a mi tacto o mi vista. Pero ahora descubrí que podía moverme
con entera libertad, que no había obstáculos que no pudiera evitar o vencer. La luz se me hacía más y
más intolerable; el calor me incomodaba sobremanera, así que caminé buscando un lugar sombreado.
Llegué hasta el bosque de Ingolstadt, donde me tumbé a descansar cerca de un riachuelo, hasta que el
hambre y la sed me atormentaron y desperté del sopor en que había caído. Comí algunas bayas que
encontré en los árboles o esparcidas por el suelo, calmé mi sed en el riachuelo y me volví a dormir.
Era de noche cuando me desperté. Sentía frío, y un miedo instintivo al hallarme tan solo. Antes de
abandonar tu habitación, como tuviera frío, me había tapado con algunas prendas que eran
insuficientes para protegerme de la humedad de la noche. Era una pobre criatura, indefensa y
desgraciada, que ni sabía ni entendía nada. Lleno de dolor me senté y comencé a llorar.
Poco después, una tenue luz iluminó el cielo, dándome una sensación de bienestar. Me levanté, y vi
emerger una brillante esfera de entre los árboles. La observé admirado. Se movía con lentitud, pero su
luz alumbraba lo que había alrededor, y volví a salir en busca de bayas. Aún tenía frío, cuando debajo
de un árbol encontré una enorme capa, con la que me cubrí, y me senté de nuevo. No tenía ninguna
ide