Caballo de Troya
J. J. Benítez
acastañado del rabí, mientras un penetrante aroma fue llenando el recinto. María cerró el
recipiente y, tras depositarlo entre sus piernas, procedió a extender el perfume entre los
sedosos cabellos del Galileo. Aquella unción fue hecha con tanta sencillez y amor que los ojos
del gigante se humedecieron.
Una vez concluida la operación, María volvió a abrir la jarra, vaciando la esencia de nardo sobre
los desnudos pies del Maestro. Untó el líquido a lo largo de sus tobillos, calcañares y dedos,
proporcionando a Jesús unos suaves y prolongados masajes hasta que el líquido quedó
perfectamente extendido1.
A esas alturas de la unción, algunos de los comensales habían empezado a murmurar entre
sí, lamentando aquel despilfarro. En uno de los extremos de la mesa, varios de los discípulos entre los que destacaba Judas Iscariote por sus aparatosos ademanes y palabras subidas de
tono- apoyaban con sus comadreos a los invitados que se mostraban abiertamente molestos
por el gesto de la joven.
Ni María ni Jesús se alteraron ante aquellos cuchicheos. Al contrario: la bellísima hermana de
Lázaro -que había adornado las uñas de sus manos y pies con un polvo rojo-amarillento2- echó
atrás su cabeza y pasando las manos sobre la nuca se inclinó sobre los pies del rabí, arrojando
por delante su espesa cabellera. Después, sin prisas, fue enjugando con su pelo los pies del
Maestro, hasta que quedaron secos y brillantes.
Los comentarios, desgraciadamente, habían ido agriándose. Judas, incluso, con una
manifiesta indignación, acudió hasta Andrés -el hermano de Pedro- preguntándole de forma que
todos pudieron oírle:
-¿Por qué no se vendió este perfume y se donó el dinero para alimentar a los pobres?... Debes
hablar al Maestro para que la reprenda por esta pérdida...3.
María, asustada por el cariz que habían tomado los acontecimientos, intentó levantarse, pero
Jesús la detuvo. Y poniendo su mano izquierda sobre la cabeza de la joven, se dirigió a los
asistentes con voz reposada pero firme:
-¡Dejadle en paz todos vosotros!... ¿por qué le molestáis por esto, si ella ha hecho lo que le
salía del corazón? A vosotros, que murmuráis y decís que este ungüento debería haber sido
vendido y el dinero dado a los pobres, dejadme deciros que siempre tenéis a los pobres con
vosotr