Caballo de Troya
J. J. Benítez
De pronto, cuando más punzante era aquella inexplicable melancolía, el Maestro detuvo el
juego. Retiró de sus ojos la venda de tela con la que jugaba a la «gallinita ciega» y acarició a
los pequeños, dando por terminada la diversión.
Aunque Jesús había tenido múltiples oportunidades de verme allí, sentado, fue en ese
momento cuando dirigió su mirada hacia mí. Los niños se desperdigaron por el jardín y el
Maestro avanzó hacia las escalinatas. Traté de ponerme en pie, pero el rabí extendió su mano,
indicándome que no me moviera.
Se sentó a mi lado, con la respiración aún agitada y la frente empapada por el sudor.
-Jasón, amigo, ¿qué te sucede?
Aquel descubrimiento volvió a sumirme en la confusión. El Maestro, sin mirarme siquiera y
sin esperar una respuesta -¿qué clase de respuesta podía haberle dado?- prosiguió con un tono
de complicidad que adiviné al instante.
Tú estás aquí para dar testimonio y no debes desfallecer.
-Entonces sabes quién soy...
Jesús sonrió y pasando su largo brazo sobre mis hombros, señaló hacia la puerta del jardín,
donde aún montaban guardia sus discípulos.
-Pasará mucho tiempo hasta que ésos y las generaciones venideras comprendan quién soy y
por qué fui enviado por mi Padre... Tú, a pesar de venir de donde vienes, estás más cerca que
ellos de la Verdad.
-No comprendo, Maestro, por qué tus hombres van armados. Muy pocos lo creerían... en mi
tiempo.
-Los que están conmigo -respondió con un timbre de tristeza- no me han entendido.
-Señor, ¡hay tantas cosas de las que desearía hablarte!...
-Aún tenemos tiempo. Bástele a cada día su afán.
Era irritante. Tanto tiempo aguardando aquella oportunidad y ahora, mano a mano con El,
no sabía qué decir ni qué preguntar...
-Antes me has preguntado qué me ocurría -le comenté intrigado- ¿Cómo has podido darte
cuenta?
-Levanta la piedra y me encontrarás allí. Corta la madera y yo estoy allí. Donde hay soledad,
allí estoy yo también...
-¿Sabes?, toda mi vida me he sentido solo.
Jesús replicó de forma fulminante:
-Yo soy la luz que está sobre todos. Hay muchos que se tienen junto a la puerta, pero, en
verdad, te digo que sólo los solitarios entrarán en la cámara nupcial.
-Me tranquiliza saber que también los que dudamos tenemos un rincón en tu corazón...
El gigante sonrió por segunda vez. Pero esta vez sus ojos brillaron como el bronce pulido.
-El mundo no es digno de aquel que se encuentra a si mismo...
-Mil veces me he hecho la misma pregunta: ¿por qué estamos aquí?
-El mundo es un puente. Pasad por él pero no os instaléis en él.
-Pero -insistí- no has respondido a mi pregunta...
-Sí, Jasón, silo he hecho. Este mundo es como la antesala del Reino de mi Padre. Prepárate
en la antesala, a fin de que puedas ser admitido en la sala del banquete. ¡Sé caminante que no
se detien